Como
todos los domingos, una entrada a la mitología. Este pequeño relato de hoy va
dedicado a dos pequeños que acaban de nacer y que, por la cercanía a los
padres, considero sobrinos.
Algunas
tribus del este norteamericano consideraban que en un principio las personas
habitaban el cielo, pues la tierra estaba inundada. En esas aguas sólo vivían
aves, peces y animales marinos.
Cuentan
que una mujer que vivía en el cielo enfermó. Por mucho que el chamán intentó
curarla, resultaron inútiles todos sus intentos. Sólo le quedaba un remedio por
utilizar. La base de éste era la raíz de manzano. La familia se dirigió al árbol
y, con sus manos, comenzó a cavar cada uno. Habían hecho un hoyo en torno al
manzano, pero no hallaban la medicina. Siguieron excavando un poco más. La
medicina continuaba sin aparecer. Desalentados, salieron de la enorme zanja.
Estaban descansando cuando, de pronto, un estruendo llamó su atención: ¡los
bordes del hoyo empezaban a hundirse! El padre y los hermanos se echaron hacia
atrás, pero la muchacha, muy débil por la enfermedad, no pudo hacer ningún
movimiento para salvarse. Cayó junto al árbol.
Abajo,
en el agua, dos cisnes se sobresaltaron por el ruido. Aleteando, levantaron las
cabezas y vieron caer tanto al árbol como a la muchacha. Temieron que ésta se
ahogara, de modo que la recogieron. La joven se había salvado, pero el manzano
se hundió sin remedio en las aguas.
Pasado
un rato, los cisnes sintieron cansancio y el peso de la humana. No podían
seguir eternamente con ella al lomo. ¿Qué harían? Decidieron reunir el consejo
de animales, que presidía la Gran Tortuga. Todos los animales pensaron y
pensaron. Los cisnes no podían llevarla por más tiempo, pero tampoco podían
dejar que se ahogara. ¡Había que buscar un buen lugar para ella! Nada. Ninguno de
los presentes tenía ninguna idea. De pronto,
la Nutria alzó la cabeza con un sobresalto. Se le había ocurrido algo.
—Tal
vez, si encontráramos el árbol que cayó junto a ella, pudiéramos construir una
isla con la tierra de las raíces.
A la
Gran Tortuga le pareció una maravillosa sugerencia. Y se presentó voluntaria
para sostener la isla sobre su concha en el caso de poder crear la ínsula.
La
propia Nutria, que era la que mejor nadaba de todos los animales del consejo,
se sumergió en la aguas a fin de buscar el manzano.
Pasó
un largo tiempo que hizo preocupar a todos. Por fin, apareció la Nutria. Pero
no había hallado el árbol. Todos bajaron la cabeza y soltaron un suspiro de
decepción.
El
Castor decidió sumergirse. Y, así, uno a uno todos los animales, fracasaron en
su intento. Ya no quedaba nadie.
Entonces,
oyeron una vocecilla que pedía que lo dejaran probar, que la dejaran conseguir
tierra. Era el Sapo, tan pequeño que nadie se había fijado en él. Una gran
carcajada fue la respuesta del resto de los animales hasta que la Gran Tortuga
les ordenó guardar silencio.
El
Sapo tomó aire y se sumergió. El resto de los animales hizo un círculo en torno
al lugar por donde había desaparecido el Sapo. Pasó tanto tiempo, que todos
pensaron que había muerto y empezaron a apartarse. Entonces, apareció una
burbuja. Luego, otra. Y así hasta que salió el Sapo. Éste abrió la boca y dejó
caer la tierra que llevaba sobre la concha de la Gran Tortuga. A continuación murió. Los animales ayudaron a
extender la tierra sobre la concha. Los cisnes condujeron a la muchacha hasta
allí. Pero la tierra continuó extendiéndose y extendiéndose hasta ser el mundo
que hoy conocemos.
Para
los indios americanos todavía caminamos sobre la Gran Tortuga. Cuando ésta se
cansa y cambia de posición, se produce
una gran sacudida: un terremoto.
Además,
el Sapo, que murió por conseguir la tierra, es adorado por los indios. Recibe el
nombre de Mashutaha (<<nuestra abuela>>). Por eso no se le hace
ningún daño.
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