Emilia Pardo Bazán era hija de condes. Devoraba libros desde una tierna infancia, lo que la llevó a negarse a acceder a nociones básicas de piano y pintura, que era la educación que se daba a las mujeres de alta condición. Quería dedicar todo su tiempo a los libros y a escribir, tanto prosa como verso. De hecho, por el balcón, lanzaba papelitos con versos a los soldados que pasaban.
Adolescente, recién casada e irrumpiendo la Gloriosa, Emilia viajó por Europa junto a su esposo y su padre. De este modo, fue conociendo distintos idiomas, con el fin de leer a los autores en su propia lengua.
Al volver a España, conoce a Ginés de los Ríos, maestro en la Institución Libre de Enseñanza. Así sabe del Krausismo y de filósofos que comienza a leer, como Kant, Platón o Descartes. ¡Y recordemos que una mujer del XIX tenía como mera educación un poco de francés, piano y pintura!
Emilia se había convertido en una mujer muy culta. Era un prodigio, una extrañeza.
¡Una mujer con la que se pudiera conversar de Filosofía, Literatura y de otros temas relevantes! No era de extrañar que los hombres gustaran de su presencia intelectual. Trató con autores que consideramos maestros de la Literatura, como Víctor Hugo o Zola. Sí, mantuvo interesantes intercambios dialécticos con muchos intelectuales, pero uno se comportaba como un enemigo: Clarín. Ni una ni el otro se sentían aprecio. De hecho, en una de las misivas a Galdós, se refería a ella como <<la puta>>.
Emilia Pardo Bazán consiguió ir rompiendo barreras sexistas. Fue Presidente de la Sección de Literatura de El Ateneo; el Ministerio creó para ella una cátedra de educación de Literatura en la Universidad de Madrid; tres veces intentó, como Concepción Arenal, acceder a la R.A.E, pero las tres veces le negaron la silla; introdujo el Naturalismo en España, aunque sería Blasco Ibañez -su amante- quien más fiel sería a las características de este movimiento.
Ya que nos hemos referido a ello, hablemos de los amantes, que fueron muchos. Sin embargo, el más relevante, y con el que compartió veinte años, fue Galdós. Se habían conocido en una conferencia que la condesa dio sobre la novela rusa. Me imagino a Benito Pérez Galdós en primera fila extasiado por el talento intelectual de esta mujer. Eso no hizo que dejara de encontrarse con sus otras amantes, normalmente ricas, y de proteger a jovencitas pobres (seguro que os recuerda a
Fortunata y Jacinta).
No es de extrañar que conectaran estos dos escritores, pues en bastantes asuntos eran afines: el afán viajero, el aprendizaje de otras lenguas (en un momento que no era usual) y su carácter hiperactivo. Siempre he creído que, en ese tiempo, encontrar un alma femenina con la que podía reflexionar resultaba tan extraordinario que no me extraña que Galdós se sintiera atraído por esta mujer.
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