El gigante Narfi tenía una
hermosa hija, aunque muy diferente a las mujeres vikingas, pues ella tenía la
piel y el cabello (decorado con brillantes estrellas) del color del ébano. Noche
era tan hermosa que no le faltaban pretendientes. Se casó con tres de ellos.
El primero era Naglfari (“oscuro”),
posiblemente uno de sus primos. A pesar de que el matrimonio no duró mucho tiempo, tuvieron
un hijo: Espacio.
Del siguiente esposo sólo se
conoce el apodo, Otro. ¿Quién sería? Como en esa época todavía no se habían
creado otros seres, era posiblemente un
dios. ¿Tal vez ese dios no quería que supieran que se había casado con un
gigante? El caso es que tuvieron una hija a la que llamaron Tierra. Mmmm. ¡Qué
casualidad que el propio Odín tuviera una hija del mismo nombre!
El último marido de Noche fue
Delling (“Alba”). Parece ser que pertenecía a la familia de los dioses. Su
cabellera era de un rubio dorado que heredó su hijo Día.
Los dioses los incorporaron en su
plan del universo. Por ello decidieron que cada uno se encargara de doce horas
del día y les regalaron un carro. Y así, cada uno, comenzó a recorrer el mundo
alrededor. Noche, delante; Día, tras su hermana. Uno de los caballos del carro que
monta ella, Crines de Escarcha, se encarga de dejar el rocío con su saliva.
Pero esta historia no está
completa sin contar cómo surgieron el sol y la luna. Estos fueron creados en
los primeros momentos junto a las estrellas a partir de las llamas de
Muspellheim. Al principio se movían sin control. En esa época, Mundilfari (“Giramundos”) – un pariente de los dioses o
de los gigantes-. Tuvo dos hermosos hijos: Luna (el muchacho) y Sol (la muchacha). Tanto era así que Muspellheim se
vanaglorió de que nada en la creación podría superarlos. Claro, los dioses se
enteraron y se sintieron profundamente ofendidos ante esa actitud orgullosa. Le
quitaron los hijos y los colocaron en el cielo para que trabajaran. Ella, Sol,
tuvo que montar sobre uno de los caballos que tiraba del carro del sol. Para proteger
a los caballos y a quien los dirigiera del calor ardiente, los dioses decidieron crear una capa
protectora, un escudo con el nombre de Svalin (“Hierro frío”).
Su hermano Luna fue destinado al
carro de la luna, pero su trabajo era mucho más complicado, pues cada noche
variaba según menguara o creciera el
astro. Por ello decidió raptar a dos pequeños. El padre de éstos los había
mandado a la cumbre de una montaña para obtener agua. En un descuido de los pequeños, Luna atrapó a
Bil y Yuki. Ellos, los niños lunares, son los
que se encargan del cuarto menguante y del creciente. ¿Cómo lo hacen?
¿Despliegan una cortina? ¿Hacen que Luna gire la cabeza de un lado a otro? No
se sabe.
Sin embargo, existe otro relato
en el que se explica que el sol y la luna no sólo recorren la tierra porque van
tirados por caballos, sino que tienen prisa. Pero ¿por qué? ¡Son perseguidos
por lobos!
Muy lejos, en el este de Midgard
existe un invierno casi perenne. Un barranco
poblado por árboles de tronco de hierro viven unas malvadas brujas, las
Bosquehierro. La más malvada de ellas engendró a numerosos gigantes. Como su
padre, Fenrir era un hombre lobo, los gigantes crecieron como unos monstruosos
lobos. Dos de ellos se hicieron tan grandes que pudieron lanzarse contra el sol
y la luna. Y así, con brincos y sus
amenazantes fauces persiguen a sol y luna hasta el fin de los días. Y es que
las profecías advierten que llegará el momento en que los engullirán, dejando
tras de sí abundante sangre.
Siempre lo digo y no me canso de hacerlo: la sensibilidad a la hora de narrar la mitología, presente en todos los pueblos, independientemente de su procedencia, consigue que los relatos me lleguen al corazón. En este caso me quedo con la imagen del caballo de Escarcha, que deja el rocío con su saliva. ¡Qué ocurrente, vistoso y mágico a la vez!
ResponderEliminarhola
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