Este año se cumplen noventa (1922) del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. Pero la historia comienza
antes, en 1898, con un acontecimiento fortuito.
Howard Carter había llegado
a Egipto como artista encargado de
copiar los jeroglíficos. Después se levantó su interés arqueológico y el deseo
de conocer más sobre aquella civilización de arte con una espiritualidad
inigualable.
En invierno de dicho año sucedió
una enorme y extraña riada que lo obligó a marchar hacia el oeste de Tebas con
el fin de comprobar los daños que habían
sufrido los templos además de copiar los relieves. Sin embargo, todo cambió
cuando una mañana su caballo tropezó con algo, haciendo caer al jinete. Carter
descubre entonces que, entre la arena, despunta un ladrillo: un escalón piensa
que ha hallado una tumba de faraón intacta. A partir de aquí su aventura.
Comienza a buscar la financiación de la excavación (abogado jubilado Theodore
Davis). Pero todo acaba en una enorme humillación cuando, tras una gran
inauguración, descubre una cámara vacía.
En 1905, junto a su esposa, un aristócrata británico llegó a Luxor con el fin de recuperarse de un
accidente: Lord Carnarvon.
En esa época se consideraba que
quedaban tres tumbas de faraones por descubrir y todo el mundo quería
encontrar el “Santo Grial” egipcio: una tumba de faraón intacta. Al
aristócrata le llamó la curiosidad y buscó a Carter para introducirse en el
mundo de la arqueología. Descubrión en el artista una gran pasión por el arte y
cultura egipcias.
Y así comenzó su alianza. Pero no
poseían permiso para cavar en el Valle de los Reyes (sólo concedido a Theodore
Davis –un personaje prepotente y a quien interesaba más presumir que la propia
civilización egipcia-).
La desilusión llegó a su
yacimiento cuando descubrieron que Davis había hecho el hallazgo de una nueva
tumba que consideraba de Tutankhamón. Pero Carter tenía la corazonada de que
eso no era un sepulcro.
Theodore Davis se marchó de
Egipto asegurando que ya no podía encontrarse nada más. Sin embargo,
Lord Carnarvon pidió la concesión para excavar.
Carter decidió un lugar como
posible, pero estaba cubierto por escombros de otras excavaciones (bastante
chapuceras, hay que advertir). Así que antes debían hacer una ardua tarea de
limpieza, además de llevar un sistema meticuloso para saber dónde habían
buscado.
Durante la
I Guerra Mundial, la excavación se
paralizó. El propio Carter fue empleado como traductor por la Inteligencia
Británica en el Cairo.
Tras la lucha, llegaron los felices años
veintes y la vuelta a las excavaciones. Pero cada vez quedaban menos
cuadrículas donde perforar y también comenzaba a peligrar la economía del
aristócrata. Así que le concedió un mes antes de abandonar los costes y el
sueño de Carter de descubrir más sobre la cultura egipcia. El artista comenzaba
a dudar de su intuición cuando el arqueólogo que había trabajado con Davis le
contó que éste había ocultado durante mucho tiempo vasijas con material para
embalsamar y objetos con el nombre de Tutankhamón en su sótano, lo que probaba
que su tumba debía seguir todavía en el Valle de los Muertos que entonces
peinaba Carter. Esta debió ser la motivación extra que necesitaba el futuro
descubridor. Pero eso no convenció a su benefactor en un principio hasta que
consiguió una prórroga de tres meses de duro trabajo para explorar las siete
cuadrículas que aún quedaban.
Y el Santo Grial apareció: una
tumba intacta. Primero una sala con grandiosos tesoros, moviliario y enseres que
el faraón se llevaría al otro mundo (muchos recordaréis la exposición que hubo
sobre Tutankhamón). Después, otra habitación con la tumba aún sellada. Pero existía el peligro de los saqueadores.
Así que se cerró con candado.
Carter reunió a un grupo de
expertos para trasladar y catalogar los tesoros de la cámara. Tenían que trabajar a contrarreloj por el
público y periodistas que se agolpaban en la entrada.
Parece que además empezó a haber
tensiones entre Carter y su benefactor cuando algunos miembros del grupo de
especialistas se marcharon.
Lord Carnarvon enfermó gravemente, lo que dio
credibilidad al bulo de la maldición que había comenzado en la prensa. Mas le
había picado un mosquito que debía portar una enfermedad que lo llevó a la
muerte. Eso sí, había dejado la concesión a nombrar de Carter para seguir
trabajando.
Sin embargo, al descubrirse el
sarcófago de Tutankhamón dentro de la tumba. Se le prohibió enseñarlo a
familiares de los expertos. Esto enfureció tanto a Carter que parece que hizo unas
declaraciones contra la actitud de la administración (encargada a un francés)
para la prensa y se negó a trabajar en esas condiciones.
Las consecuencias no se hicieron
esperar. El aludido (acompañado por soldados) le exigió que le entregara la
llave de la tumba.
Años después se le pidió que
volviera para aumentar el turismo a Egipto en un momento difícil para el país.
Así que regresó a trabajar allí, pero no con todo su grupo, pues ya había
muerto otro miembro.
Descubrieron que el sarcófago
interior era de oro macizo, pero también que los rostros eran diferentes. Así
que intuyeron que debía haberse enterrado con tanta premura que tuvieron que
emplear el de otro.
Las tareas terminaron y Carter
tuvo que despedirse del faraón que lo había hecho famoso y que él había
recuperado para todos nosotros. A pesar de ello nadie le reconoció su labor, ni
en Egipto ni en su país. A su muerte, en 1939, pocos asistieron a su funeral
(parece que fue poco sociable).
De cualquier modo, nosotros hemos
de celebrar su tenacidad para encontrar la tumba que nos haría conocer un poco
más esta civilización tan increíble.
Fotografías tomadas en la exposición de Tutankhamón en Madrid.
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