Ya indicaron algunos estudiosos, como Lapesa y Blecua, que el hablante castellano solía hacer una pausa para respirar cada ocho sílabas. De aquí que los primeros textos literarios creados por el pueblo durante la Edad Media se formaran por octosílabos (o por versos menores) o por versos del dieciséis con una leve pausa en medio (la cesura de los cantares de gesta). Causa también de que los intentos tanto de Imperial como del Marqués de Santillana por introducir el endecasílabo durante el XV chirriaran para los oídos poco acostumbrados de los castellanos.
Puede parecerle, querido lector, que esto no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo, es fácil de comprobar, especialmente si la víctima de nuestro experimento no está avisada. ¿Ha escuchado a la gente que pide en el metro, curiosamente, repitiendo el mismo ritmillo? Pruebe en contar las sílabas que forman cada grupo fónico –de pausa a pausa-; comprobará que lo que le indico es cierto. Pero recuerde que debe unir las vocales de final de palabra con las de inicio, pues las pronunciamos juntas. Y es que nosotros no hacemos una separación palabra por palabra (tal como escribimos), sino que formamos grupos. Así <<en un lugar de la Mancha >> se pronunciaría: enunlugardelamancha (ocho sílabas). Y respiraríamos para continuar: decuyonombre (cinco) (respiración) noquieroacordarme (seis sílabas, pues aparece un diptongo en quie y se une la vocal de la última sílaba de quiero con la vocal de la primera de acordarme). Como puede verse, las pausas también responden al hecho de la construcción sintáctica. El emisor, de manera inconsciente, hace coincidir grupos sintácticos con grupos fónicos, facilitando el entendimiento y la estructuración del mundo por parte del destinatario.
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