El ser humano es un animal social, ya lo decía Aristóteles. De modo que necesita apoyo de un grupo, sentirse querido y protegido, tanto material como emocionalmente. Se supone que el principal grupo que ha de satisfacer dichas necesidades es la familia. Sin embargo, especialmente por mi profesión y por mi vicio de observar lo que me rodea, estoy harta de encontrarme con padres que no se han tomado en serio la responsabilidad que tienen entre manos y sólo han sido capaces de destrozar la vida a sus hijos. Y no sólo me estoy refiriendo a los casos donde la gravedad se hace más patente, como los maltratos físicos. Existen numerosas maneras de hundir la vida de un hijo. Y es que hemos de tener en cuenta que son los padres los que mayor influencia tienen en cómo va a ser su hijo después, aunque es verdad que parece que tenemos cierta forma de ser ya desde los inicios. Siempre recuerdo que mi madre nos decía que cada una habíamos sido diferente cuando habíamos estado en su vientre. El caso es que la primera responsabilidad de hacer de su hijo un individuo completo está en los padres. Por consiguiente, si luego les parece que su hijo no es un ser humano “digno”, la culpa es enteramente suya (excepto en el caso de que se origine por una psicopatía, que, encima, parece que tiene factores genéticos). No soporto a aquellos que no quieren ver su responsabilidad o que se quieren engañar culpando al hijo, al profesor, al vecino y hasta a Papá Noel. No es nada maduro. Pero esto ya era obvio cuando no fueron capaces de dar a su hijo el cariño necesario para que fuera feliz.
Y la felicidad del ser humano se asienta en sentirse querido y protegido. Si esto falla, si el niño ha tenido la mala suerte de caer en una familia de padres disfuncionales, el niño va a reaccionar de diferentes maneras: unos se convierten en patéticos calcos de esos progenitores; otros, se hunden. Y luego los hay que, a pesar de su aparente debilidad, salen del atolladero y nadie se percataría de que ha llevado una infancia infeliz y psicológicamente dura. Éstos son los que, para mí, tienen un valor enorme, por haber sido capaces de salir de un mundo envilecido.
El problema estriba en que en esa familia disfuncional, la realidad se ve al revés. De modo que una moral exquisita, una buena persona, puede verse como un ser ruin. Y esto puede ser muy duro para cualquiera de nosotros, pero para la débil mente de un niño
resulta extremadamente confuso, llegando a sentirse como basura. Imagínese,
querido lector, a un padre que –carente de moralidad- te gritara lo mala
persona que eres, que la familia se hunde por tu culpa a pesar de que él y su
actitud es el verdadero origen. Y creces oyendo eso una y otra vez, desde la
más tierna infancia. Creo que es verdaderamente difícil salir bien parado. Por
lo pronto, si el niño no ha decidido seguir los pasos de su padre y encima es
buena gente, tendrá una visión distorsionada de sí mismo, una visión bastante
negativa de sí. Puede poseer una capacidad intelectual sorprendente, que él se
considerará el ser más imbécil que ha pisado la faz de la tierra. Puede ser la
persona más empática, amable, honesta y honrada, que se considerará el ser ruin
que afirma su enfermizo progenitor que es. Puede ser la persona más trabajadora
y organizada (estudiar una carrera, trabajar y encima sacar grandes notas), que
no será suficiente. Y esto se relaciona mucho con una escena que hace no mucho
vi en la televisión, en un programa que me pone muy nerviosa por la imbecilidad
que muestran las personas en su comportamiento. No sé, exactamente cómo se
llama el programa en cuestión. En él, un afamado chef va a ayudar a levantar el
negocio a personas “corrientes” con su asesoramiento. En este caso, el dueño
había hundido su restaurante por su actitud. Un verdadero imbécil que culpaba
de todo a su hijo mayor sin querer ver quién era el verdadero responsable. Su
hijo, había acabado trabajando en una buena cocina de un gran hotel y el Chef
había comprobado lo bueno y trabajador que era. Y así se lo dice. Es
sorprendente que un especialista halague su quehacer y que el chaval suspire
diciendo que eso no lo piensa su padre, un verdadero don nadie, un ser
patético. Pero ese chico esperaba de alguien que no le llegaba a la suela de
los zapatos un síntoma de cariño. E incluso me da que el pobre no veía lo bueno
que era, pues su padre lo había culpado de todos su males hasta el infinito.
Una infancia difícil. ¿Pero cómo
salir de ese infierno? Obviamente no me voy a detener en aquellos que siguen
los pasos deficientes de ese tipo de padres, pues no merecen la pena. Eso sí,
hemos de tener en cuenta dos cosa: la primera, que los culpables de que ese
niño dé como resultado un ser humano defectuoso es culpa de los padres que
crean un contexto en el que se ve con la necesidad de adaptarse para subsistir;
segundo, dicha necesidad de adaptación ha dado lugar a un ser verdaderamente
retorcido y que, a pesar de que, incluso, no sea muy inteligente, se valdrá de
la hipocresía y de las mentiras para fustigar a su hermano (que resulta
superior a él en cuanto a que sigue teniendo capacidad moral) mientras él hace
de las suyas. Lo que siempre me ha sorprendido de estos casos es que el chaval
puede ser un drogadicto, un asesino, una guarrilla o un aprovechado (y todo
delante de las narices de los padres), que éstos van a verlo como un ángel y
considerar al otro un ser perverso. Así
que nos encontramos con un niño bombardeado por una parte por sus padres y por
otro lado por el conocimiento de la maldad y mentiras de su hermano que lo
llevan a situaciones verdaderamente tensas.
¿Cómo sobrevive ese niño o
adolescente? Buscando el cariño fuera. Y resulta que, sorprendentemente para
él, se encuentra que el mundo exterior a esa familia enferma lo aprecia, lo
apoya y le da afecto. Ese niño, normalmente ya adolescente o joven, se siente
feliz en compañía de sus amigos y de sus compañeros de estudios o trabajo. Pero
el infierno vuelve al llegar a casa. Sin embargo, ahora con más magnitud. ¿Por
qué? Porque ahora ha visto la realidad. Se ha dado cuenta-y así se lo dice el resto
del mundo- de que los raros son sus padres y su hermano. Y, aunque guarde
esperanzas, nunca cambiarán las cosas. Dentro se sentirá incomprendido, se dará
cuenta de que esos seres están vacíos y de que no son capaces de mantener una
conversación básicamente consistente, intelectual. Se siente solo, herido, indefenso ahí dentro. Así que quien hace la verdadera labor de familia es el
grupo de amistades, que lo ayuda a no hundirse. Gracias a ellos, y esa fuerza
interior a la que nos referíamos al principio, podrá salir de ese mundo de
ultratumba.
Vergüenza habría de darles a esos
seres que se suponen adultos.
Si ven a sus hijos tristes y que
pasan gran tiempo con sus amigos, háganse estas preguntas: ¿le he dado amor?
¿me merezco su confianza?
Ser un verdadero padre (y me
refiero al genérico que incluye tanto al padre como a la madre) no significa
darle alimento, cama, estudios y sanidad (eso es una responsabilidad y no hay
que echarlo en cara nunca), sino en saber escuchar, empatizar, hacer que se
sienta querido, aconsejar y hablar, siempre sin gritar (que es un síntoma de
estupidez), y dejar que tome su propio camino. Un padre busca que su hijo sea
feliz. No entiendo a aquellos miserables que se desahogan de sus males
maltratando a sus hijos, ya sea física o psicológicamente.
Ser padre no es fácil, y supone una gran responsabilidad. Por eso me sorprende lo a la ligera que se toma la mayoría de la sociedad la paternidad. Así vamos. Excelente, una vez más, Patricia, tu reflexión.
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