En
otra ocasión relatamos el mito de Izanagi e Izanami. La narración de hoy es
justo la continuación.
Cuando
Izanagi volvió al mundo de los vivos, de sus ropas y cuerpo surgieron
divinidades, de las que destacaban los siguientes: Amaterasu (diosa del sol),
Tsuki-yomi (dios de la luna) y Susa-no-o (dios de las tormentas). Entre ellos,
Izanagi repartió el mundo: Altiplanicies del Cielo para Amaterasu, la noche
para Tsuki-yomi, el mar para Susa-no-o.
Lo que sucede a continuación me recuerda a lo que ocurre entre Zeus y
Posidón. Susa-no-o, celoso del cargo de su hermana, desobedece y procura
quedarse con el cielo.
Amaterasu |
Amaterasu
intuyó que su hermano quería volver a intentar quitarle el gobierno del cielo,
por lo que decidió enfrentarse a él. Susa-no-o quería mostrar que era más
poderoso que ella, de modo que la retó: aquel que consiguiera engendrar dioses
más valiosos sería el merecedor del gobierno de las Plano del Cielo.
Amaterasu venció a su hermano, pero éste no aceptó la derrota. Enfurecido atacó
a su hermana con las estratagemas más ruines que se le ocurrieron. Entre ellas,
dos sobresalen. Amaterasu y sus doncellas habían enseñado a los seres humanos a
cultivar el arroz. El malvado Susa-no-o pisoteó los arrozales, dejándolos
inservibles, mientras realizaba gestos obscenos tanto a su hermana como a las
doncellas de ésta. Sin embargo, el acto más ruin fue secuestrar al animal
sagrado del cielo, un potro, desollarlo y lanzarlo al cuarto donde tejía
Amaterasu. Uno de sus asistentes falleció al ser aplastado por el cuerpo del
animal. Aterrada ante lo que estaba viendo, la diosa abandonó el cielo y se
escondió en una cueva. Y no salió de allí aunque Susa-no-o hubiera sido
desterrado.
En
consecuencia, el cielo oscureció y el universo quedó en tinieblas, lo que provocó la miseria. Una comitiva
de dioses y hombres fue a pedir a Amaterasu que volviera y cada uno acompañó sus
ruegos con innumerables presentes. Pero la diosa no cedió.
La
bella Ama-no-uzume, divinidad de la aurora –primera chamán japonesa- , subió
sobre un barril de arroz y se puso a danzar, un baile erótico, pero sagrado,
que excitó al resto de los dioses. Al oír las alabanzas y la afirmación de que
la Aurora era más hermosa, Amaterasu, a tientas, salió a ver. Entonces, uno de
los dioses le dio un espejo en el que se reflejó ella misma. En ese descuido,
otro dios aprovechó para tomarla de la mano y sacarla totalmente de la cueva,
mientras el resto la atrancaba con una enorme roca. Amaterasu volvió al
gobierno del cielo.
Desde
entonces es la protectora de Japón y antepasado de los emperadores.
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