El blog No me vengas con historias, con motivo del fin del mundo, ha tenido una iniciativa muy interesante: todo aquel que desee puede publicar un cuento en su blog, para eso de no dejar cosas sin hacer ;)
Yo voy a poner un cuento infantil al que tengo mucho cariño y que escribí cuando era pequeñita. Fue uno de mis primeros textos premiados, así que estaba ilusionadísima.
Me hubiera gustado verlo en un volumen, pero no ha habido suerte. Así que no puede terminarse el mundo sin que lo leáis, aunque me dé tal vergüenza...
JUAN Y SU OREJAS
Un despistado y matutino rayo
solar se coló a través de la ventana, posándose en el rostro de Juan. El niño se despertó y se desperezó. Luego, se levantó de la cama
y, todavía medio dormido, se rascó la cabeza. Entonces, se dio cuenta de que,
allí donde debían estar sus orejas, sólo había unos pequeños orificios. ¡Había
perdido sus orejas!
Las buscó por todas partes: en la
mesilla, debajo de la cama, sobre la mesa de estudio, entre las sábanas… Nada,
no las encontró. Así que decidió explorar la parte trasera de la casa. Sin
embargo, casi sin percatarse, pasaron horas y horas. Se había adentrado y
perdido en el bosque.
Caminó y caminó, intentando salir
del atolladero en el que se había metido. ¿Dónde encontraría sus orejas? ¿Cómo
volvía a casa?
De pronto, Juan creyó oír un ruido
entre unos matorrales. A pesar del miedo, la curiosidad lo llevó a acercarse un
poco; eso sí, con mucho tiento. Entonces, en ese preciso momento, apareció un
ser de unos treinta centímetros… ¡UN DUENDE!
Como Juan era un niño bien educado ( y la cara infantil y
afable del duendecillo hizo que perdiera el miedo), saludó y se
presentó, esperando que el extraño interlocutor hiciera lo mismo.
—Soy
Dulcecascabel.
Juan contó a su nuevo amigo cómo y por qué había ido a parar allí, acabando
por perderse en el desconocido bosque. Resultó que el pequeño duende también se
había extraviado, sin encontrar el camino de vuelta a casa.
—Si
quieres, puedo ayudarte a buscar tus orejas—se ofreció el amigable duendecillo,
a lo que Juan accedió de manera gustosa. Cuatro ojos verían más que un par.
—¡Vale!—respondió
entusiasmado el niño, que había perdido ya el miedo.
Los dos amigos buscaron entre los matorrales, en árboles de
troncos huecos... Nada vieron.
En esto estaban, cuando Juan se atrevió a hacer una pregunta
a su nuevo amigo:
—Oye, ¿por
qué te llamas Dulcecascabel?
El pequeño
duende no pareció afectarse por el interrogatorio. Todo lo contrario, quiso
satisfacer la curiosidad de su amigo con entusiasmo.
—¡Porque
tengo un cascabel en la punta del gorro! Pero no es un cascabel cualquiera.
¡Éste suena!
—Entonces,
es como los demás.
El duende miró a Juan pensando que éste no había comprendido
nada. Así que le explicó:
—No, no.
Éste suena cuando estoy feliz. ¡Mira!—pidió Dulcecascabel señalando el especial
cascabel, que había comenzado a tintinear alegremente—Suena porque estoy
contento de tener un nuevo amigo.
—¡Guau! ¡Y
sin moverte!—exclamó sorprendido Juan, después de haber rodeado al duende para
cerciorase de que no había truco.
De pronto, el tintineo cesó y la sonrisa desapareció del rostro del duende. Éste había
recordado su hogar, y lo añoraba.
Como no encontraron las orejas del
niño, comenzaron a buscar la casa de Dulcecascabel. Así, a lo largo del tiempo,
pasaron los dos muchas aventuras. Un día los persiguió un león que había escapado
del circo, y pasaron mucho miedo hasta que descubrieron que lo único que
deseaba el pobre animal era que le curasen la pezuña, donde se había clavado
una gran astilla; otro, Dulcecascabel cayó en un oscuro agujero… Sin embargo, no hallaron las orejas
de Juan ni la casa del duende. Por eso, éste comentó desesperado a su amigo:
—Nunca
encontraremos ni mi casa ni tus orejas.
—Es cierto.
Y ha pasado un año desde que nos conocimos…
De pronto,
sin ton ni son, comenzó a tintinear alegremente el cascabel de Dulcecascabel.
—¡Te acabas
de quejar y ahora estás contento?—exclamó extrañado Juan sin entender bien a su
amigo.
—¿Cómo no
voy a estarlo? Éste es el lugar donde vivo. Es mi casa.
Juan asombrado miró a su alrededor. No había ninguna casa a
la vista. Entonces, oyó voces de felicidad. Su vista se dirigió a las copas de
los árboles. Allí se asentaban los hogares de los duendes.
—¿Quién es
éste?—inquirió uno de los pequeños habitantes que había bajado de los árboles.
Así que Juan fue presentado.
—Yo soy
Kiwi. Y los amigos de Dulcecascabel son mis amigos.
Esa noche celebraron una gran fiesta en la que todos se
divirtieron a más no poder. Sin embargo, al día siguiente, Juan se despidió de
su amigo.
—¿Te vas?
¡Con las aventuras que hemos pasado juntos? –inquirió con tristeza el duende.
—Sí. Tengo
que volver a mi casa y, por el camino, volveré a buscar mis orejas.
—De
acuerdo, pero al menos toma esto.
—¡Es un
cascabel!— y se despidió el niño para encaminarse a su casa.
Anduvo y anduvo camino a casa a la vez que escudriñaba todo
con la esperanza de hallar sus orejas. Mas no las encontró.
Al fin, llegó a su hogar. Miró el reloj de la cocina. ¡Sólo
había pasado una hora desde que saliera a buscar sus orejas! Sintió, entonces,
la necesidad de ir al baño. ¿Sabéis qué encontró allí? En el lavabo estaban sus
orejas. En ese momento Juan recordó que las había dejado en remojo la noche
anterior. No se puede ir por ahí con las orejas sucias.
Jeje, un gustazo leer un cuento de los de siempre antes de que se acabe este mundo. Muy simpático y con moraleja, como debe ser.
ResponderEliminarJa, ja, ja. Me alegra que te haya gustado. Lo escribí hace mucho tiempo.
EliminarJajaja, qué niño más apañado. ¿Sabes? Yo también tengo escrito un cuento de una niña que pierde una oreja. ¡Qué casualidad! Eso sí, yo era más mayor...(lo escribí hace un par de meses):
ResponderEliminar¡Gracias por haber participado! :)
Gracias a ti por haber creado este evento tan maravilloso. Ha sido un auténtico placer participar y leer todos los relatos.
EliminarUn abrazo.
¡Eres una artistaza! Los que te conocemos sabemos de tu enorme potencial. Ya sabes que el hecho de que un texto no sea publicado no significa, necesariamente, que no tenga calidad. Este la tiene. Ya en tus años mozos contabas con esa sensibilidad especial en el estilo a la hora de contar historias, algo que ha mejorado con los años. ¡Muchas felicidades! ¡Me encanta el relato!
ResponderEliminarGracias ;) La verdad es que me gustaría verlo publicado, con bellas ilustraciones. Creo que se lo merece, especialmente porque siempre que se lo cuento a los niños (primero a mi hermana pequeña, después como cuentacuentos y luego como tía) siempre tiene gran éxito. Je, je, je. Es una pena que las editoriales a las que lo envié no piensen lo mismo. Pero me quedo con las caras de los niños.
EliminarBesos y gracias por comentar.
¡Esas editoriales no tenían ni idea!
ResponderEliminarMe lo he leído con una sonrisa como un cascabel.
Ja, ja, ja. Muchas gracias, Andoni.
Eliminar