En la aldea hubo una fiesta nocturna en la que participaron
los padres. Mientras ellos se divertían, los niños estaban en las chozas. Pero una
pequeña salió por la ventana y se acercó a la fiesta. Los adultos bebían y
bebían. La niña contempló a su propia madre bebiendo gran cantidad de cerveza de maíz y
tambaleándose. Los ojos de la mujer se cruzaron con los decepcionados de su
hija. Enfadada, la madre golpeó a la pequeña y le dio empellones hasta que
volvió a introducirla en la choza.
Muy resentida y entre lágrimas, la niña contó todo a sus
compañeros. De pronto, la puerta se abrió y los niños salieron fuera, bajo la
luz de la luna. Los pequeños formaron una fila y se agarraron a la cintura del
que tenían delante. A pasito y pasito, acompañados por un nuevo ritmo, la fila
fue aumentando con todos los pequeños de la aldea. Seguían cantando cuando
salían de la aldea. Entonces, comenzaron a elevarse por los aires entre danzas
y canciones, hasta que desaparecieron en la oscuridad de la noche. Surgieron nuevas
estrellas.
Una vez terminada la fiesta, los padres volvieron a sus
casas. Sin embargo, estaban vacías. Lloraron
y lloraron la desaparición de sus hijos y prometieron que nunca más golpearían
a sus hijos. Es por ello que la tribu tapui de El Amazona nunca maltrata a los
niños.
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