En el inicio de los tiempos el
universo era una masa gelatinosa. De ella surgió el dios Amanominakanushi – no –
kami, al que siguieron otros cuatro más. Todavía sin tierra, estos cinco dioses
principales, más otras divinidades, habitaban en la Altiplanicie del
Cielo (Takamagahara). Fueron los más jóvenes – Izanagi e Izanama- los
encargados de crear esa tierra. Para ello, asentados en el Puente Flotante del
Cielo, sostuvieron juntos la lanza sagrada y agitaron a la par las
profundidades. Al sacar la lanza, ésta dejo caer unas gotas que formaron el
primer terreno: la isla Onogoro.
Existen elementos de la cultura
japonesa que recuerdan a la China.
Posiblemente eso se deba a que hace unos doce mil años existían
estrechos tramos de tierra que conectaban Japón al continente y a Corea del
sur. De modo que eso debió facilitar la llegada de los nuevos habitantes a lo
que luego sería el archipiélago japonés.
Teniendo en cuenta esto, resulta
comprensible que la narración de la creación del mundo presente vinculación con
la china.
Los dos dioses descendieron y
construyeron un palacio. Además, inventaron un rito matrimonial. Su primer
hijo, llamado Hiruko (niño sanguijuela)
era un ser deforme. Por eso lo introdujeron en una barca y lo lanzaron al mar. El
niño había salido deforme porque la diosa Izanami había sido la primera en
hablar en el rito matrimonial. Por eso la pareja lo repitió. Izanami volvió a
quedar embarazada. Primero dio a luz las islas japonesas; después, a
divinidades vinculados con fenómenos atmosféricos; luego, a Kagutschi, dios del fuego. El retoño quemó
tanto a su madre que ésta murió al dar a luz. Sin embargo, otros seres
surgieron todavía de su cuerpo. De las lágrimas del apenado esposo, el dios
Izanagi, también brotaron dioses.
Ahora comienza un episodio que
recuerda a Orfeo y Eurídice de la mitología griega. Una vez muerta,
Izanami llegó al subterráneo mundo de las sombras: Yomi. Su esposo decidió
partir en su busca. Una vez allí, el rey del inframundo le indicó que no debía
mirarla. Sin poder aguantar, Izanagi prendió una púa de peine. La luz de la
improvisada antorcha le presentó la imagen de su esposa, ahora en descomposición.
Aterrado, el dios procuró huir. Enfadada ante tal reacción, Izanami mandó una
horda de demonios a perseguir a su marido. Ella misma se había convertido también
en un demonio. Cuando Izanagi alcanzó la salida y llegó al mundo de los
vivos, halló tres melocotones. Los lanzó
contra el terrible ejército, más Izanami estaba a punto de llegar a la salida,
por lo que el dios la bloqueó con una enorme roca. Así terminó su matrimonio.
¿Vendrá de ahí hasta que la muerte os
separe?
Como siempre, la especial delicadeza y sensorialidad oriental. La imagen de los dioses con la lanza removiendo las profundidades me parece muy en boga con Japón. Creo que en estos detalles se puede saber más o menos la localización de los mitos, pues aunque todos ellos, como se está viendo en los diferentes artículos, repiten recursos e incluso historias, siempre las dotan de un estilo único.
ResponderEliminar¡Me encanta también esa imagen! Estoy contigo. Cada cultura presenta unos rasgos distintivos y personales, aunque el tema y los motivos se repitan en todas. Eso responde a las características de los seres humanos: todos somos iguales y distintos a la vez. ¡Es una maravilla!
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