Al final de
este texto medieval francés, se relata cómo el rey Arturo queda, en su primera
aventura, varado en la costa. Allí encuentra una torre roja sin puerta ni
ventana habitada por un enano. Éste relata su historia.
Hacía años
que el señor de Northumbria lo había
llevado junto a su esposa a esa tierra. Ella dio a luz y murió poco después
dejando al enano sólo para criar al bebé. Caminó hacia el bosque buscando
refugio, un árbol hueco lo suficientemente grande como para poder protegerse. Y
halló uno tan monumental que en él hubieran cabido seis caballeros. Entró con
el bebé envuelto en paños. En el interior del árbol había seis ciervos recién
nacidos con un cuerno en la frente. Perplejo, los miró más de cerca. En ese
momento llegó la madre de las crías: un animal enorme y feroz con un cuerno
afilado en la frente. Los ojos del animal lo miraron de manera tan terrible que
el enano huyó, dejando al bebé en el interior. El niño rompió en llanto. El
animal tuvo compasión, se acercó al pequeño y lo amamantó hasta que el crío se
durmió. El enano lo contempló todo escondido tras una de las raíces. Pasó la
noche sin dormir por temor a la furia de la bestia.
Al día
siguiente, el animal salió a alimentarse. El enano fue a tomar en brazos a su
hijo, pero ella volvió. El hombre temió por su vida, pero aquella lo trató con tal afecto
que se quedó. Ell animal lo vio tan pequeño que creyó que era un niño, así que
le ofreció una de sus ubres para que mamara. Como el hombre estaba sediento,
aceptó el ofrecimiento. La leche era dulce.
Así pasó el
tiempo. El niño estaba bien alimentado, pero él, sólo con leche, se sentía
hambriento. Un día vio un venado. Deseó, en voz alta, comer un trozo de esa
carne. El unicornio lo entendió. Salió de su guarida y atacó una sola vez al
venado, que quedó dividido en dos.
El unicornio
ayudó al hombre a recoger leña para cocinar la carne, pero también para que se
hiciera una cabaña.
El niño pudo
dejar de mamar y su padre lo alimentó a base de carne de oso. Su hijo creció
fuerte hasta convertirse en un gigante capaz de arrancar los árboles de raíz.
Construyó a
su padre esa torre roja sin puerta ni ventana para protegerlo de los animales
mientras él y el unicornio iban a jugar.
En este
momento de la narración llegó el hijo con un oso en una mano y un garrote en la
otra. Dio la bienvenida a Arturo y lo colocó, junto a su padre, en la parte
alta de la torre para comer la carne de oso.
A la mañana
siguiente, el gigante y el unicornio ayudaron a quitar la arena del barco de
Arturo a fin de que éste pudiera continuar
su viaje.
Si te gusta la entrada, suscríbete a El ballet de las palabras: el blog cultural. by Email
Definitivamente, la mitología tiene la suficiente enjundia por sí misma para que cuando alguien se decide, por ejemplo, a realizar una versión para el cine o la televisión, no tener que inventarse nada. De hecho, cuando lo hacen suelen estropearlo.
ResponderEliminar