Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa,
porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi
cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a
esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su
padre es Jocker, y Jocker se la tiene jurada al papá de Salazar.
Todos los
papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre, que
insiste en que él sólo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no
son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me
enseñó su cuchillo, todo manchado de sangre de leopardo.
A mí me gustaría que mi
padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta a
cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie
volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quién podría ser mi
padre.
Un día se quedó leyendo el
periódico y lo vi todo flaco y largo en el sofá, con sus bigotes de mosquetero
y sus manos pálidas, blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la
cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de
la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y
parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora
soy el hijo del Capitán Garfio.
Fernando Iwasaki
Es mi microrrelato preferido. Siempre que tengo ocasión lo leo en clase. Es cierto que por la profundidad y temática se ajusta más a cuarto de la ESO y Bachillerato, pero no he podido contenerme y lo he leído con cursos más bajos. Guarda en sí mismo, aparte de calidad literaria, los principios básicos del género, con el guiño final, a mi gusto sublime.
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