lunes, 31 de diciembre de 2012

EL RESULTADO DE LA ENCUESTA: ¿CUÁL ES TU POEMA PREFERIDO DE CAMPOS DE CASTILLA?



 
En el centenario de la publicación de Campos de Castilla se ha hecho una encuesta cuyo plazo terminaba hoy.

La pregunta era cuál es vuestro poema preferido de esta otra entre los que se ofrecían.

Recuerdo que eran:






Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, 
y un huerto claro donde madura el limonero; 
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; 
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido 
ya conocéis mi torpe aliño indumentario, 
más recibí la flecha que me asignó Cupido, 
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, 
pero mi verso brota de manantial sereno; 
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética 
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos 
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
A distinguir me paro las voces de los ecos, 
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 
mi verso, como deja el capitán su espada: 
famosa por la mano viril que la blandiera, 
no por el docto oficio del forjador preciada. 


Converso con el hombre que siempre va conmigo 
?quien habla solo espera hablar a Dios un día?; 
mi soliloquio es plática con ese buen amigo 
que me enseñó el secreto de la filantropía. 


Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. 
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 
el traje que me cubre y la mansión que habito, 
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 


Y cuando llegue el día del último vïaje, 
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 
casi desnudo, como los hijos de la mar.



A las orillas del Duero
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. 
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, 
buscando los recodos de sombra, lentamente. 
A trechos me paraba para enjugar mi frente 
y dar algún respiro al pecho jadeante; 
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante 
y hacia la mano diestra vencido y apoyado 
en un bastón, a guisa de pastoril cayado, 
trepaba por los cerros que habitan las rapaces 
aves de altura, hollando las hierbas montaraces 
de fuerte olor ?romero, tomillo, salvia, espliego?. 
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. 
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo 
cruzaba solitario el puro azul del cielo. 
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, 
y una redonda loma cual recamado escudo, 
y cárdenos alcores sobre la parda tierra 
?harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra?, 
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero 
para formar la corva ballesta de un arquero 
en torno a Soria. ?Soria es una barbacana, 
hacia Aragón, que tiene la torre castellana?. 
Veía el horizonte cerrado por colinas 
oscuras, coronadas de robles y de encinas; 
desnudos peñascales, algún humilde prado 
donde el merino pace y el toro, arrodillado 
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río 
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, 
y, silenciosamente, lejanos pasajeros, 
¡tan diminutos! ?carros, jinetes y arrieros?, 
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas 
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas 
del Duero. 
El Duero cruza el corazón de roble 
de Iberia y de Castilla. 
¡Oh, tierra triste y noble, 
la de los altos llanos y yermos y roquedas, 
de campos sin arados, regatos ni arboledas; 
decrépitas ciudades, caminos sin mesones, 
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones 
que aún van, abandonando el mortecino hogar, 
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. 
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada 
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? 
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; 
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. 
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerta 
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes, 
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. 
Castilla no es aquella tan generosa un día, 
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, 
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia, 
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; 
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, 
pedía la conquista de los inmensos ríos 
indianos a la corte, la madre de soldados, 
guerreros y adalides que han de tornar, cargados 
de plata y oro, a España, en regios galeones, 
para la presa cuervos, para la lid leones. 
Filósofos nutridos de sopa de convento 
contemplan impasibles el amplio firmamento; 
y si les llega en sueños, como un rumor distante, 
clamor de mercaderes de muelles de Levante, 
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa? 
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa. 
Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. 
El sol va declinando. De la ciudad lejana 
me llega un armonioso tañido de campana 
ya irán a su rosario las enlutadas viejas. 
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas; 
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen 
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen. 
Hacia el camino blanco está el mesón abierto 
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.



Por tierras de España
El hombre de estos campos que incendia los pinares 
y su despojo aguarda como botín de guerra, 
antaño hubo raído los negros encinares, 
talado los robustos robledos de la sierra. 
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; 
la tempestad llevarse los limos de la tierra 
por los sagrados ríos hacia los anchos mares; 
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra. 
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, 
pastores que conducen sus hordas de merinos 
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes 
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos. 
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, 
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas 
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto 
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. 
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, 
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, 
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, 
esclava de los siete pecados capitales. 
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, 
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; 
ni para su infortunio ni goza su riqueza; 
le hieren y acongojan fortuna y malandanza. 
El numen de estos campos es sanguinario y fiero: 
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor, 
veréis agigantarse la forma de un arquero, 
la forma de un inmenso centauro flechador. 
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta 
no fue por estos campos el bíblico jardín: 
son tierras para el águila, un trozo de planeta 
por donde cruza errante la sombra de Caín.



Campos de Soria

I 

Es la tierra de Soria árida y fría. 
Por las colinas y las sierras calvas, 
verdes pradillos, cerros cenicientos, 
la primavera pasa 
dejando entre las hierbas olorosas 
sus diminutas margaritas blancas. 

La tierra no revive, el campo sueña. 
Al empezar abril está nevada 
la espalda del Moncayo; 
el caminante lleva en su bufanda 
envueltos cuello y boca, y los pastores 
pasan cubiertos con sus luengas capas. 

II 

Las tierras labrantías, 
como retazos de estameñas pardas, 
el huertecillo, el abejar, los trozos 
de verde obscuro en que el merino pasta, 
entre plomizos peñascales, siembran 
el sueño alegre de infantil Arcadia. 

En los chopos lejanos del camino, 
parecen humear las yertas ramas 
como un glauco vapor ?las nuevas hojas? 
y en las quiebras de valles y barrancas 
blanquean los zarzales florecidos, 
y brotan las violetas perfumadas. 

III 

Es el campo undulado, y los caminos 
ya ocultan los viajeros que cabalgan 
en pardos borriquillos, 
ya al fondo de la tarde arrebolada 
elevan las plebeyas figurillas, 
que el lienzo de oro del ocaso manchan. 

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo 
desde los picos donde habita el águila, 
son tornasoles de carmín y acero, 
llanos plomizos, lomas plateadas, 
circuidos por montes de violeta, 
con las cumbres de nieve sonrosado. 

IV 

¡Las figuras del campo sobre el cielo! 

Dos lentos bueyes aran 
en un alcor, cuando el otoño empieza, 
y entre las negras testas doblegadas 
bajo el pesado yugo, 
pende un cesto de juncos y retama, 
que es la cuna de un niño; 

y tras la yunta marcha 
un hombre que se inclina hacia la tierra, 
y una mujer que en las abiertas zanjas 
arroja la semilla. 

Bajo una nube de carmín y llama, 
en el oro fluido y verdinoso 
del poniente, las sombras se agigantan. 

V 

La nieve. En el mesón al campo abierto 
se ve el hogar donde la leña humea 
y la olla al hervir borbollonea. 

El cierzo corre por el campo yerto, 
alborotando en blancos torbellinos 
la nieve silenciosa. 

La nieve sobre el campo y los caminos, 
cayendo está como sobre una fosa. 

Un viejo acurrucado tiembla y tose 
cerca del fuego; su mechón de lana 
la vieja hila, y una niña cose 
verde ribete a su estameña grana. 

Padres los viejos son de un arriero 
que caminó sobre la blanca tierra, 
y una noche perdió ruta y sendero, 
y se enterró en las nieves de la sierra. 

En torno al fuego hay un lugar vacío 
y en la frente del viejo, de hosco ceño, 
como un tachón sombrío 
?tal el golpe de un hacha sobre un leño?. 

La vieja mira al campo, cual si oyera 
pasos sobre la nieve. Nadie pasa. 

Desierta la vecina carretera, 
desierto el campo en torno de la casa. 

La niña piensa que en los verdes prados 
ha de correr con otras doncellitas 
en los días azules y dorados, 
cuando crecen las blancas margaritas. 

VI 

¡Soria fría, Soria pura, 
cabeza de Extremadura, 
con su castillo guerrero 
arruinado, sobre el Duero; 
con sus murallas roídas 
y sus casas denegridas! 

¡Muerta ciudad de señores 
soldados o cazadores; 
de portales con escudos 
de cien linajes hidalgos, 
y de famélicos galgos, 
de galgos flacos y agudos, 
que pululan 
por las sórdidas callejas, 
y a la medianoche ululan, 
cuando graznan las cornejas! 

¡Soria fría! La campana 
de la Audiencia da la una. 
Soria, ciudad castellana 
¡tan bella! bajo la luna. 

VII 

¡Colinas plateadas, 
grises alcores, cárdenas roquedas 
por donde traza el Duero 
su curva de ballesta 
en torno a Soria, obscuros encinares, 
ariscos pedregales, calvas sierras, 
caminos blancos y álamos del río, 
tardes de Soria, mística y guerrera, 
hoy siento por vosotros, en el fondo 
del corazón, tristeza, 
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria 
donde parece que las rocas sueñan, 
conmigo vais! ¡Colinas plateadas, 
grises alcores, cárdenas roquedas!... 

VIII 

He vuelto a ver los álamos dorados, 
álamos del camino en la ribera 
del Duero, entre San Polo y San Saturio, 
tras las murallas viejas 
de Soria ?barbacana 
hacia Aragón, en castellana tierra?. 

Estos chopos del río, que acompañan 
con el sonido de sus hojas secas 
el son del agua, cuando el viento sopla, 
tienen en sus cortezas 
grabadas iniciales que son nombres 
de enamorados, cifras que son fechas. 

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis 
de ruiseñores vuestras ramas llenas; 
álamos que seréis mañana liras 
del viento perfumado en primavera; 
álamos del amor cerca del agua 
que corre y pasa y sueña, 
álamos de las márgenes del Duero, 
conmigo vais, mi corazón os lleva! 

IX 

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, 
tardes tranquilas, montes de violeta, 
alamedas del río, verde sueño 
del suelo gris y de la parda tierra, 
agria melancolía 
de la ciudad decrépita. 

Me habéis llegado al alma, 
¿o acaso estabais en el fondo de ella? 

¡Gentes del alto llano numantino 
que a Dios guardáis como cristianas viejas, 
que el sol de España os llene 
de alegría, de luz y de riqueza!



Orillas de Duero
¡Primavera soriana, primavera
humilde, como el sueño de un bendito,
de un pobre caminante que durmiera
de cansancio en páramo infinito
¡Campillo amarillento,
como tosco sayal de campesina,
pradera de velludo polvoriento
donde pace la escuálida merina!
¡Aquellos diminutos pegujales
de tierra dura y fría,
donde apuntan centenos y trigales
que el pan, moreno nos darán un día!
Y otra vez roca y roca, pedregales
desnudos y pelados serrijones,
la tierra de las águilas caudales,
ma1ezas y jarales,
hierbas monteses, zarzas y cambrones.
¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!
¡Castilla, tus decrépitas ciudades!
¡La agria melancolía
que puebla tus sombrías soledades!
¡Castilla varonil, adusta tierra,
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!
Era una tarde, cuando el campo huía
del sol, y en el asombro del planeta,
como un globo morado aparecía
la hermosa luna, amada del poeta.
En el cárdeno cielo violeta
alguna clara estrella fulguraba.
El aire ensombrecido
oreaba mis sienes, y acercaba
el murmullo del agua hasta mi oído.
Entre cerros de plomo y de ceniza
manchados de roídos encinares,
y entre calvas roquedas de caliza,
iba a embestir los ocho tajamares
del puente el padre río,
que surca de Castilla el yermo frío.
¡Oh Duero, tu agua corre
y correrá mientras las nieves blancas
de enero el sol de mayo
haga fluir por hoces y barrancas,
mientras tengan las sierras su turbante
de nieve y de tormenta,
y brille el olifante
del sol, tras de la nube cenicienta!…
¿Y el viejo romancero
fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?
¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
irá corriendo hacia la mar Castilla?

Caminos
De la ciudad moruna 
tras las murallas viejas, 
yo contemplo la tarde silenciosa, 
a solas con mi sombra y con mi pena. 

El río va corriendo, 
entre sombrías huertas 
y grises olivares, 
por los alegres campos de Baeza 

Tienen las vides pámpanos dorados 
sobre las rojas cepas. 
Guadalquivir, como un alfanje roto 
y disperso, reluce y espejea. 

Lejos, los montes duermen 
envueltos en la niebla, 
niebla de otoño, maternal; descansan 
las rudas moles de su ser de piedra 
en esta tibia tarde de noviembre, 
tarde piadosa, cárdena y violeta. 

El viento ha sacudido 
los mustios olmos de la carretera, 
levantando en rosados torbellinos 
el polvo de la tierra. 
La luna está subiendo 
amoratada, jadeante y llena. 

Los caminitos blancos 
se cruzan y se alejan, 
buscando los dispersos caseríos 
del valle y de la sierra. 
Caminos de los campos... 
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!


Del pasado efímero
Este hombre del casino provinciano 
que vio a Carancha recibir un día, 
tiene mustia la tez, el pelo cano, 
ojos velados por melancolía; 
bajo el bigote gris, labios de hastío, 
y una triste expresión, que no es tristeza, 
sino algo más y menos: el vacío 
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo 
chaqueta y pantalón abotinado, 
y un cordobés color de caramelo, 
pulido y torneado. 
Tres veces heredó; tres ha perdido 
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido, 
sobre el verde tapete reclinado, 
o al evocar la tarde de un torero, 
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta 
la hazaña de un gallardo bandolero, 
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales 
dicterios al gobierno reaccionario, 
y augura que vendrán los liberales, 
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda 
y al cielo teme; alguna vez suspira, 
pensando en su olivar, y al cielo mira 
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondriaco, 
prisionero en la Arcadia del presente, 
le aburre; sólo el humo del tabaco 
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana, 
sino de nunca; de la cepa hispana 
no es el fruto maduro ni podrido, 
es una fruta vana 
de aquella España que pasó y no ha sido, 
esa que hoy tiene la cabeza cana.

España joven
... Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida
nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda,
para que no acertara la mano con la herida.

Fue ayer; éramos casi adolescentes; era
con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,
cuando montar quisimos en pelo una quimera,
mientras la mar dormía ahíta de naufragios.

Dejamos en el puerto la sórdida galera,
y en una nave de oro nos plugo navegar
hacia los altos mares, sin aguardar ribera,
lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.

Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño —herencia
de un siglo que vencido sin gloria se alejaba—
un alba entrar quería; con nuestra turbulencia
la luz de las divinas ideas batallaba.

Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;
agilitó su brazo, acreditó su brío;
dejó como un espejo bruñida su armadura
y dijo: “El hoy es malo, pero el mañana... es mío”.

Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval vestida
aún la tenemos: pobre y escuálida y beoda;
mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.

Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu aventura
despierta y transparente a la divina lumbre:
como el diamante clara, como el diamante pura.

A un olmo seco
Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas en alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas,  
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

Dios íbero.
Igual que el ballestero 
tahúr de la cantiga, 
tuviera una saeta el hombre ibero 
para el Señor que apedreó la espiga 
y malogró los frutos otoñales, 
y un "gloria a ti" para el Señor que grana 
centenos y trigales 
que el pan bendito le darán mañana.
«Señor de la ruïna, 
adoro porque aguardo y porque temo: 
con mi oración se inclina 
hacia la tierra un corazón blasfemo.
»¡Señor, por quien arranco el pan con pena, 
sé tu poder, conozco mi cadena!
»¡Oh dueño de la nube del estío 
que la campiña arrasa, 
del seco otoño, del helar tardío, 
y del bochorno que la mies abrasa!
»¡Señor del iris, sobre el campo verde 
donde la oveja pace, 
Señor del fruto que el gusano muerde 
y de la choza que el turbión deshace,
»tu soplo el fuego del hogar aviva, 
tu lumbre da sazón al rubio grano, 
y cuaja el hueso de la verde oliva, 
la noche de San Juan, tu santa mano!
»¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, 
ventura y malandanza, 
que al rico das favores y pereza 
y al pobre su fatiga y su esperanza!
»¡Señor, Señor: en la voltaria rueda 
del año he visto mi simiente echada, 
corriendo igual albur que la moneda 
del jugador en el azar sembrada!
»¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, 
con doble faz de amor y de venganza, 
a ti, en un dado de tahúr al viento 
va mi oración, blasfemia y alabanza!»
Este que insulta a Dios en los altares, 
no más atento al ceño del destino, 
también soñó caminos en los mares 
y dijo: es Dios sobre la mar camino.
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra 
más allá de la suerte, 
más allá de la tierra, 
más allá de la mar y de la muerte?
¿No dio la encina ibera 
para el fuego de Dios la buena rama, 
que fue en la santa hoguera 
de amor una con Dios en pura llama?
Mas hoy... ¡Qué importa un día! 
Para los nuevos lares 
estepas hay en la floresta umbría, 
leña verde en los viejos encinares.
Aún larga patria espera 
abrir al corvo arado sus besanas; 
para el grano de Dios hay sementera 
bajo cardos y abrojos y bardanas.
¡Qué importa un día!  Está el ayer alerto 
al mañana, mañana al infinito, 
hombres de España, ni el pasado ha muerto, 
no está el mañana —ni el ayer— escrito.
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano?
Mi corazón aguarda 
al hombre íbero de la recia mano, 
que tallará en el roble castellano 
el Dios adusto de la tierra parda.

Ha resultado vencedor “A un olmo seco”. ¿CUÁL ES TU PREFERIDO?


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Se agradecen los comentarios, especialmente para no sentirme como una loca que habla sola. Saludos.