Ya
sabe, lector, que venimos homenajeando a Miguel Hernández recordando un
Congreso sobre el tema en 2002.
Muy
interesante, por lo novedoso, resultó la conferencia de don JUAN CANO BALLESTA sobre
cómo interviene nuestro poeta en el
debate cultural de su época, centrándose en su actitud ante El
Guernica, de Picasso.
En
primer lugar, el ponente nos recordó que Miguel Hernández parte con desventaja
a causa de la falta de estudios. Su autodidactismo se basa en la imitación de
los grandes maestros en su etapa de formación.
Tras llegar
a Madrid, se va relacionando con autores, con los que se va culturizando y
preparando para problemas que no había tratado anteriormente.
El
imprevisto inicio de la Guerra
Civil sometió al pensamiento a un ambiente de urgencia,
siendo los textos de esta época muestra de la participación en el debate
cultural. Así, lo hubo entre lo neocatólico/ laico, lo rural/ urbano, la poesía
pura/ poesía impura; y Miguel Hernández se vio obligado a elegir,
incorporándose a estos ambientes de la
década de los treinta, con restos de las vanguardias y gongorismo. Aquí crea Perito en Lunas.
El
poeta no debe ignorar el mundo en que vive, parece pensar Miguel Hernández en
1933. Es momento en que comienza a hilvanar
sus íntimos pensamientos sobre la poesía, alejándose de la poesía pura,
a fin de dar un paso hacia el cubismo y el compromiso humano. Son los dos
puntos importantes en su poesía del
momento, pretendiendo contagiar al lector sentimientos, propagar emociones. De
manera que se hace patente una preocupación en la relación arte y público.
En
cuanto a la etapa en que Miguel Hernández se vincula con la Escuela de Vallecas –muy
relacionado con la conferencia de Sánchez Vidal -, parte del debate cultural se
da en la década de los treinta. La transición de la poesía pura a lo social se
da en nuestro poeta por medio de su relación con esta escuela pictórica.
Primero conocerá a Benjamín Palencia y a otros artistas; por medio de Francisco Díez se vincula a
Víctor González Gil, que le ayuda a buscar protección literaria, encontrándola
en Gómez de la Serna.
Estos
nuevos amigos le influyen en su poesía. Ejemplo de ello es la visión afectuosa
hacia lo rural por medio de la
Escuela de Vallecas, dejándole de interesar las vanguardias
urbanas. Ahora ya no se acerca al campo como símbolo, sino recogiéndolo por sí
mismo. Exalta al labrador, valorando belleza de los ambientes rústicos de los
que se había alejado en Perito en Lunas. Además se acerca al espíritu laico,
desligándose de Orihuela y de Ramón Sijé.
“Sonreírme”
se considera el primer poema revolucionario de Miguel Hernández, relacionado
con la Escuela
de Vallecas, basado en Alberto Sánchez.
Si
pasamos a considerar a Miguel Hernández como escritor y poeta en el frente, nos vemos obligados a
afirmar que escribió poca teoría poética en la guerra. Ya la aportación al
debate cultural no sólo se hace por medio de poéticas, sino que le influyen
vivencias guerrilleras. Así podemos llegar a entender lo que podía pensar
nuestro poeta ante la obra de su amigo Picasso. M. Hernández, desde Sentado
sobre los muertos (1936) concibe la poesía como un medio de comunicación entre
el poeta y el pueblo, intentando que éste se sume a la causa republicana.
Ya
en 1937, cuando la labor como periodista y viajero por España es enorme,
ocasionando dramáticos poemas (“aceitunero”, “niño yuntero”), olvida las
pretensiones estéticas a fin de convertir el poema en un grito contra la
injusticia. Así trata de motivar a los jornaleros para la lucha. Viaja y
describe con rudo realismo las escenas de crueldad que ha visto; así que se
basa en la realidad para componer los poemas de este momento. Esto explica su
acercamiento a El Guernica. Está
dolorido al ser testigo de escenas crueles en sus viajes por los pueblos de
España, por lo que ya no quiere acercarse al impersonal vanguardismo.
También
presenta ahora otro tono: uno épico, que recuerda a la literatura soviética que
exaltaba soldados en momento de guerra. En Hijos
de la Piedra
aparece una visión realista y dolorida junto a un tono épico que también
practicaba el socialismo comunista soviético (que mucho tenía de idealista). De
manera que M. Hernández nos presenta una evocación idealizada de trabajadores
ferroviarios, porque se trataban de los encargados de las provisiones de la
zona republicana.
Por
último, el ponente pasó a comentar la
actitud de nuestro poeta ante El Guernica
a fin de observar su manera de entender los papeles del arte y de la poesía
ante la sociedad.
Tras
la visita a la Unión
Soviética , escribe tres artículos en Nuestra Bandera (1937) dejando la siguiente reflexión: hay que
descender las artes donde orienta la guerra.
La
lucha provoca que el poeta rechace las vanguardias y la frivolidad de las
modas. Cree que los artistas deberían tratar más la humanidad y observa que
presentan gran egoísmo. Indirectamente alude a El Guernica al hablar de los que no se han dejado afectar por la
trágica realidad social de la
Guerra Civil. Y es que Miguel Hernández piensa que su amigo
Picasso se ha dejado llevar por la moda cubista, representando con poco
realismo la tragedia. Algunos políticos habían pensado, incluso, en eliminarla
de la exposición por considerar la obra antisocial y ridícula.
Para
nuestro poeta, el cuadro de Picasso nos aleja del sufrimiento de los habitantes
de Guernica al presentar símbolos complicados para la mentalidad del
proletariado. El mensaje no queda claro.
Esta
denuncia que hace Miguel Hernández no era la única.
A
pesar de las simpatías políticas, el poeta orihuelense no lograba entender el
cuadro de Picasso; y tampoco lo veía apropiado. Rechazaba ese arte
revolucionario en la forma, pues consideraba que debía serlo en la realidad; si
no era así, le parecí falso.
Las
ideas de izquierdas van evolucionando en los intelectuales, que van tomando y
rechazando las del socialismo comunista soviético.
De
manera, que el ponente concluye afirmando que Miguel Hernández se inclina por
el realismo genético, acercamiento a la masa; rechaza el vanguardismo, frívolo
y falso. Todo esto es lo que le critica a su amigo Picasso, porque el
vanguardismo y su simbología se alejan de la comprensión de las masas.
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