domingo, 13 de septiembre de 2015

MITOLOGÍA ESQUIMAL: EL SOL Y LA LUNA.



En el origen de los tiempos, antes de que el mundo tuviera su forma actual, existía un pueblo junto al mar. Allí vivía un hombre sin esposa. También habitaba en el lugar su hermana.

Una  noche en que ella se disponía a dormir y encendía la lámpara con aceite de foca, vio una sombra masculina que pretendía entrar en el iglú. Temiendo que quisiera violarla, hizo lo posible para no dejarlo entrar. Sin embargo, al comprobar lo complicado que resultaba, se impregnó sus dedos de hollín. Estaba decidida a descubrir quién era aquél hombre que se colaba en su iglú en plena oscuridad. Cuando éste yacía sobre ella, la muchacha marcó la frente.

A la mañana siguiente, se dirigió a la casa de los hombres. Vio la mancha en uno de ellos, pero le espantó descubrir que era su propio hermano. Airada, cortó uno de sus pechos y se lo ofreció en un plato al hermano que tanto la deseaba. El hombre, asqueado, lo rechazó y expulsó a su hermana. La muchacha salió corriendo con el plato en una mano y musgo prendido en la otra. Hizo lo mismo su hermano. Ella cada vez corrió más rápido, tanto que ascendió al cielo y se convirtió en el sol. Él parecía seguirle el ritmo, pero en la mano le quedaban las cenizas del musgo. Se transformó, entonces, en luna, que expulsa continuamente al sol. Sin embargo, a veces, se abrazan y se forman los eclipses.


Aunque durante el invierno el sol pierde fuerza y desciende, durante la primavera y verano recupera su esplendor y belleza, momento en que la luna lo desea más. A veces, el astro nocturno se desvanece por el hambre hasta que el sol le ofrece su pecho para que se alimente. Y comienza, de nuevo el ciclo, de persecución.


Según los inuit, hubo un tiempo en que los humanos viajaban asiduamente a la luna. Sucedía cuando ésta se acercaba a la Tierra y elegía a un hombre o a una mujer para que viajara por el firmamento. Si la hacían enfadar, como controlaba la fertilidad y el movimiento de los animales, podía hacer que éstos se alejaran y los inuit pasaran hambre. Por eso tenían que viajar muchas veces los chamanes a la luna y procurar apaciguarla.



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