Algunos escritores llegan a un
punto muerto en sus escritos, por lo que deciden guardarlos en un cajón durante
algún tiempo: otros, más extremistas, los tiran directamente. Y parece que
Gabriel García Márquez es de este tipo.
El autor contaba que una vez en
el que había hecho una criba de sus textos, llegó el poeta Jorge Gaitán Durán
pidiéndole algo que poder publicar en la revista Mito. A pesar de que García Márquez
le ofreció los que acababa de decidir conservar, la vista de aquél acabó posándose
en la papelera. Allí, entre todos los papeles desechados, se topó con unos
violentamente desmembrados que llamaron su atención por su calidad. El colombiano
le explicó que lo había eliminado de su novela La hojarasca. Pero, claro, que no encajara allí, no quería decir
que no tuviera entidad propia. Ante la insistencia del poeta, el escritor del
boom hispanoamericano aceptó levantar el castigo a los papeles, aunque no por
convencimiento. Faltaba el título. Pero a García Márquez no se le ocurría nada,
tal vez por el hecho de que no confiaba en el valor de ese texto. Comentó que sólo
era un monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Sin darse cuenta, acababa
de ponerle título a uno de los cuentos más alabados por la crítica.
Por eso es tan importante no fiarnos nunca únicamente de nuestro punto de vista o criterio, sino acudir a la mirada experta de otros, especialmente en cuanto a la creación literaria se refiere. ( Por cierto, el inicio del artículo está repetido).
ResponderEliminarA quienes nos gusta escribir nos suele pasar eso: rechazamos textos que hemos escrito y que, aun gustándonos, no les encontramos acomodo. Por eso es importante guardarlos en una especie de "cajón desastre". En cualquier momento nos pueden hacer falta como base para una obra obra o un intenso poema. (Ninguna modistilla rechaza un botón que encuentra por algún perdido rincón)
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