jueves, 22 de marzo de 2012

LA MALDICIÓN DEL SALVAJE CHICLE.


Regresaba a casa en autobús después de haber pasado un buen día entre poetas y versos, cuando interrumpió mi ensoñación y felicidad literaria un desagradable ruido: pompas de chicle, acompañadas por una bárbara banda sonora de masticado con la boca abierta.

Consciente –aunque todavía un poco adormecida mi alma por encontrarse aún en el mundo sensorial  de los versos- de que la estupidez y la mala educación  del ser  humano cada vez me saca más de mis casillas, respiré con la intención de aguantar el horripilante sonido esperando que fuera un descuido momentáneo de su artífice. Mas, el indigno acto se repetía y se repetía como un ciclo interminable que hacía a mi tímpano llorar.

Tras quince minutos del insistente e insoportable masticar y  reventar salvaje, me giré y pedí amablemente, con esa tierna voz y dulce gesto que aún recuerdo poner (y que antes era innato, pero que el desgaste de una sociedad inhumana los conduce al olvido), si podía dejar de hacer pompas. Eso sí, en mi mente –fuera ya del abrazo del verso- estaba esperando una reacción  negativa de la persona en cuestión –no puede esperarse mucho de alguien que mastica con la boca abierta y tiene la falta de educación de hacer pompas con un chicle-. La verdad es que el gesto torcido e incrédulo de la persona– aunque no decía nada bueno de la moral e inteligencia social de la mujer- no fue nada en comparación a lo que ya se suele ver. Pero, a pesar de que más o menos la señora aguantó sin volver a recordar los orígenes prostibularios del chicle, comenzó a dar golpecitos, que duraron el resto del trayecto.

De donde no hay…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se agradecen los comentarios, especialmente para no sentirme como una loca que habla sola. Saludos.