Ver antes parte I.
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sta segunda parte del documental gira en torno al poder que ejercen el marketing y la publicidad sobre nuestras mentes. El episodio se denomina La corporación en crecimiento.
La voz en off nos hace ver que la privatización ocupa todos los ámbitos de nuestra vida, legando, incluso, a la popular (con el significado de “propiedad del pueblo”) canción de cumpleaños feliz. Entiendo que pidas dinero por una canción, pero una surgida desde la originalidad de la propia mente, no robando al pueblo lo que es suyo.
Se ha abierto la veda de la privatización, de la compra de derechos de propiedad de todo. Parece la época de la fiebre de oro. El problema es que si han llegado a robar la canción mencionada, ¿qué no harán suyo por un módico precio? ¡Qué tristeza de negras almas!
La profesora Susan Linn lo enlaza con la diferencia del marketing actual no solo con el que se hacía en la época de nuestros padres, sino que resulta muy distinto al que vivimos los jóvenes de hoy. Los niños de ahora deben enfrentarse a un marketing mucho más agresivo que procura manipularlos desde su más tierna infancia, ayudando a vaciar su cerebro, a que éste no se desarrolle como es debido produciendo unos adultos marionetas que no van a movilizarse por las injusticias que sufran. Lo peor es que creerán (y creen) que ellos no están influidos (no * influenciados, ¡vaya vulgarismo más horrible!) ni coartados. Negarlo e ignorarlo deja el camino libre a los manipuladores de toda índole, desde el anuncio al político que le sonríe cínicamente mientras recorta sus libertades y consigue que el ciudadano lo vote convencido de que aquel solo piensa en el bien del pueblo.
A continuación, la cínica Lucy Hugues nos explica que su empresa (Iniciative Media) hizo en 1998 un estudio con el fin de comprobar cuándo y dónde insisten más los niños para que les compren algo. Aquí tengo que apostillar- y estará de acuerdo, querido lector- que el problema no está solo en la agresividad y el cinismo de la bruja del oeste de la publicidad, sino en nosotros mismos como padres. Tenemos una gran responsabilidad a nuestro cargo. Nosotros podemos formar a una persona completa o destrozarle la vida con unas decisiones que, a primera vista, parecen inocuos, pero que son relevantes para desarrollar el cerebro y la moral de nuestro hijo.
Numerosos estudios de psicología sobre la mente y desarrollo del niño aseguran que hay que ponerle normas claras desde el principio (desde que es un bebé), pero especialmente importante resultan los dos años. Como se le deje hacer lo que quiera a esa edad…, lo llevamos claro después. Me horroriza ver a “padres” irresponsables (destroza personas) que dejan a sus hijos tirarse por el suelo y corretear por los centros comerciales o cualquier lugar público) mientras ellos están en una terraza fumando (tremendo asesinato, ¿cómo se puede ser tan inconsciente como para drogarse ante su hijo e ir destrozando sus órganos?). Seguro lector que ha sido testigo de niños atropellando a la gente o jugueteando en torno a la carretera, mientras que el padre lo ignora.
Claro está que si no le enseñas las reglas sociales, que van construyendo su moral, en su primera infancia, no se pueden quejar los progenitores del adolescente que tengan luego y culpar a los profesores exculpándose de la despreocupación (colmarlo de todos los caprichos es todo menos preocuparse por él) de la que han hecho gala con su propio hijo.
Acciones aparente tan tontas como dejar a un niño que se levante de la mesa cuando le venga en gana, conllevan multitud de consecuencias, y ninguna buena: desde la falta de desarrollo social y cerebral hasta la aceptación de normas que regulan la convivencia de un Estado. Si no se le enseña bien, no se puede esperar que luego sea un buen adolescente o un futuro ciudadano de bien. Están destrozando a su hijo. ¿No les da vergüenza?, se preguntará como yo, querido lector. Nadie ha dicho que educar a un hijo sea fácil. Es una gran responsabilidad que necesita de los padres tanto una alta moral como una gran inteligencia social (y esto se aprende en casa).
Los ilustrados, como Moratín, advirtieron que para que una sociedad estuviera formada por ciudadanos de bien (alta moralidad, valores de esfuerzo, inteligencia social, etc.) que desarrollan un país debía educarse a los progenitores (en esa época a las futuras madres, que eran las que educaban a los niños). En consecuencia, un padre bien educado dará lugar a niños buenos e inteligentes que formarán una sociedad de alto nivel en su inteligencia socia y, a partir de ahí, se puede desarrollar un Estado.
Todo esto me hace analizar nuestra propia sociedad, tan alejada de ese ideal ilustrado y romántico (noventayochista y del 27) del hombre de bien. Cada vez se extiende más la carencia de valores y se pierde inteligencia social. Sí, y parte de la culpa la tenemos nosotros como padres que damos móviles, nintendos y más borregadas a niños de cinco años (hundiendo su desarrollo del cerebro y produciendo criaturas gordas y sin imaginación; esa imaginación que conduce al pensamiento abstracto que ya no alcanzan muchos de nuestros adolescentes) para que nos dejen tranquilos. No haberlos tenido.
Siguiendo el estudio de esta corporación de marketing, su fin último era procurar que los niños den más la lata para que les compremos más cosas (ahí estamos nosotros los adultos paternales para defenderlos; llevemos a cabo nuestra responsabilidad). Está en nosotros educarlos para no volverlos así de estúpidos. No es tan difícil. Solo hay que ponerse y pedir ayuda si es necesario. De cualquier manera es mucho más sencillo educarlos desde que son muy pequeños a intentar corregirlos después. Hay que ponerse las pilas, no solo para no tener que aguantar tonterías, sino por nuestros hijos y por nuestra futura sociedad. No podemos quejarnos de que todo va mal si somos nosotros quienes lo estamos produciendo.
<<Se puede manipular a los consumidores para que quieran, y por lo tanto, compren sus productos. Es un juego>> afirma la cínica Lucy.
¿Nosotros queremos que nuestros niños pasen su vida como marionetas sin libertad? El verdadero amor paternal no está en colmarlos de objetos inservibles, sino en educarlos para que sean personas completas, que sepan tomar sus decisiones, que sean capaces de percibir que estar intentando manipularlo, que sepan discernir entre el bien y el mal. Estas personas fuertes intelectual y moralmente son los que levantan los países, no los esclavos de tiranos publicistas, especuladores y políticos.
El documental sigue recordando que los niños no tienen una mente desarrollada. Dependen de su formación para ser un tipo u otro de personas. Tarea muy importante de los padres y, posteriormente, de los profesores. Pero las empresas publicitarias <<juegan con la vulnerabilidad de los niños por su falta de desarrollo>>. Hemos abandonado nuestra labor de padres que enseñan el mundo a sus hijos y estamos dejando que los anuncios moldeen la mente de nuestros retoños a su antojo. <<Todo lo que ve un niño causa una gran impresión en su mente>>. La mente del niño es como un ordenador, se empapa de la información que le llega en sus primeros años, condicionando su visión del mundo y su desarrollo intelectual, moral y cognitivo. ¿Vamos a dejar a nuestros hijos a merced de esta presión? ¿Vamos a faltar a nuestra responsabilidad de padres y seres humanos?
El filósofo Mark Kinguell afirma: <<todas las instituciones proporcionan una función social que ocupar>>. <<Las instituciones más poderosas tratarán esas funciones como virtudes>> (Atención a las imágenes). Esto mismo hacen las corporaciones para ofrecernos la “virtud” del buen consumidor.
Chomsky continúa explicando que esto se debe a que el fin último de la corporación es conseguir altos beneficios económicos por lo que si nos manipulan desde niños para que seamos (entre otras cosas) buenos consumidores tendrán generaciones enteras de beneficios asegurados creando “necesidades” estúpidas.
Para las corporaciones <<lo ideal es tener individuos disociados unos de otros cuyo concepto de sí mismos y su sentido del valor sea el de cuántas necesidades creadas soy capaz de satisfacer>>.
Muestra clara de esto son los niños y adolescentes (y muchos adultos) de la actualidad. Generaciones vacías en espíritu y moral que compiten por ver quien tiene el móvil último modelo, las zapatillas más caras…, aunque su familia no llegue a fin de mes.
Un hecho muy triste y que representa el poder que tenemos los padres para dirigir a nuestros hijos en una u otra dirección es el siguiente caso real: un adolescente que está en el instituto porque le obliga la ley, que no lleva el material escolar a clase porque su familia no llega a fin de mes; pero que, luego, le regala un tatuaje (¡¡¡!!!) de cien euros. ¿Qué clase de personas estamos creando? ¿Preferimos alardear por estupideces innecesarias antes de comer y cultivar nuestra mente para hacernos libres? Estará conmigo, estimado lector, que la culpa aquí es del padre por dos cosas: por no haber parado los pies a su hijo en la infancia y por sobreponer un capricho del niño a la subsistencia de la familia.
El final del episodio resume todo: <<las industrias de las relaciones públicas están diseñadas para moldear desde la infancia con este patrón que ellos desean>>.
Está en nuestra responsabilidad de padres y adultos no permitir que a nuestros niños y adolescentes llegue esto. Evitar que privaticen las mentes de nuestras generaciones en nuestra responsabilidad.
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