lunes, 10 de septiembre de 2012

HOMENAJE A JOSÉ HIERRO


Este año se conmemora tanto el nacimiento (1922) como la muerte (2002) de uno de nuestros grandes poetas del siglo XX: José Hierro. 
Aunque nacido en Madrid, su familia se trasladó pronto a Santander. Allí estudiaría en la Escuela Industrial. Tras la guerra civil, en 1939, fue encarcelado, pasando cuatro años en prisión. Esta experiencia lo influiría durante toda su vida así como en su poesía. Posiblemente por ello tuviera cabida en sus versos la preocupación social, además del intimismo.

Una vez salió en libertad, empezó a participar en diferentes revistas literarias (Proe, Corcel, Garcilaso) y dos años más tarde (1947) recibió el premio Adonais por  Alegría. Así comenzó una vida profesional laureada (Nacional de Literatura, Crítica, Príncipe de Asturias, Nacional de las Letras, Reina Sofía, Cervantes) por unos versos de alta calidad en los que se refleja el empleo de una lengua coloquial con un tratamiento poético y cuidado.

En 1952 volvió a Madrid, donde vivió hasta el momento de su muerte (2002).

Su evolución poética suele dividirse en tres etapas: la existencialista (cercana al desarraigo tras la guerra –Alegría, Con las piedras, con el viento-), la social (durante los cincuenta, momento en que sus versos, como los de Blas de Otero y Gabriel Celaya, se consideran como un instrumento social de denuncia –Quinta del 42  y Cuanto sé de mí-) y la intimista (se inicia en los sesenta con el tema central del paso del tiempo –Libro de las alucinaciones, Agenda y Cuaderno de Nueva York-).

De modo que la poesía de José Hierro es un testimonio tanto de su propio yo como el de una sociedad que vive unas circunstancias determinadas.

Desaliento
«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello 
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos 
vendrán sin nosotros. Soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».) 
Yo seguiré pensando en ello.

Quisiera hablarte de hermosas 
fábulas, de pensamientos
luminosos, de jornadas
soñadas, de flores, vientos,
caricias, ternuras, gracias,
secretos;
pero en la boca me nacen
palabras de fuego.
Como llamas silenciosas
me abrasan por dentro.
Debiera decirte «amor»,
«fantasía», «sueño».
Yo sólo pregunto cómo
fue posible aquello.
Seguiría, paso a paso,
la huella de tu andar. Dentro
de tu vida escondería
la vida que muero.
«No quiero que pienses». Yo
digo que no pienso en ello.
(Cómo podría olvidarlo
sin haberme muerto.)
De Con las piedras, con el viento (1950)

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