sábado, 31 de diciembre de 2011

SE CUMPLEN NOVENTA AÑOS DEL ESTRENO DE SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE AUTOR.



En 1921 se estrenó esta obra escrita por el italiano Pirandello, introduciéndose en las novedades del vanguardismo teatral que quería romper con la manera clásica de construir una obra, con elementos que ya Unamuno creaba en novela.

Resulta una obra increíble y que mueve a la reflexión existencial del ser humano, así como ocurre con novelas como Niebla, de Unamuno.

Novedades las encontramos en el tema filosófico que, a lo lejos, recuerda a La vida es sueño, de Calderón.

Aun así el argumento es novedoso: en medio de un ensayo, aparecen los personajes, que interrumpen la preparación de la obra (El juego de roles) pidiendo que se les dé vida y se quejan de que la obra no presenta los hechos tal como ellos los recuerdan o les ha sucedido. Es lo que se conoce como el metateatro o teatro en el teatro (técnica ya empleada en el Siglo de oro de la literatura española).

Se lanza una pregunta: ¿quién es más real: el actor (con su realidad cambiante) o el personaje (con su fija realidad)?

Esta cuestión conduce a la ampliación al tema filosófico existencial del ser humano que tanto se ve en el pensamiento unamuniano: ¿los seres humanos somos unos simples personajes de una obra teatral dirigida por Dios? ¿Podemos revelarnos ante su sometimiento?

Junto a esto, nos conduce también a la idea de la incapacidad que tenemos los  seres humanos de analizarnos a nosotros mismos, pues, según Pirandello, mientras un hombre vive, vive y no se ve a si mismo. Bien, pon un espejo frente a él y hazle verse a sí mismo en el acto de vivir. O bien se asombra de su propia apariencia, o aparta la vista para no verse, o escupe irritado a su imagen… En una palabra, surge una crisis, y esa crisis, es mi teatro.

Es un teatro alejado de la apacible y acomodada comedia burguesa, ya que pretende mover al lector a la duda, la reflexión, el análisis y la inquietud. El hombre ya no es un ser que controla el mundo, como en el XIX positivista y de confianza en la razón. El ser humano no conoce apenas nada, ni siquiera a sí mismo.

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