Hoy, 28 de mayo, día del
juego, se presenta la novela juvenil Juego
de Tablas, de Dinadaus (que oculta a José
Guadalajara) y Montealbar (tras el que se
esconde Félix Jiménez) en la librería el Tranvía, Avd. Del General
Perón, 40. 19,30 horas. Los acompañará la ilustradora Susana Rosique.
¿Cómo unen las
tablas, el backgammon, la Edad Media , la Inquisición y la
adolescencia? Tendréis que ir para descubrirlo.
Mientras, dejo un pequeño
fragmento de la obra:
El
frío y la suciedad.
El silencio completo y la negrura absoluta.
El miedo, tal vez el terror, se pegaba a las flacas carnes de Miguel Farfán mientras, arrimado al muro, pasaba la palma de su mano derecha a través de las hendiduras y las rugosidades de las piedras.
Trataba de apropiarse del espacio en el que se encontraba. Era su manera de sentirse vivo.
Llevaba varios meses allí encerrado, sin hablar con nadie, sin saber siquiera por qué motivo una tarde lo habían sacado de su casa, junto con su familia, y lo habían llevado a los oscuros subterráneos de aquel castillo en donde se amontonaban los presos dela Inquisición.
Al principio, compartió celda con un muchacho de unos quince años, uno menos que él, al que se encontró en los puros huesos, con las piernas y los brazos descoyuntados a causa de las sesiones de suplicio en el potro y la garrucha. Su débil voz delató su terrible dolor y su inmensa tristeza.
Al cabo de siete días de fiebres y horrendas pesadillas, al pobre muchacho le vino un vómito verde seguido de unas convulsiones y se quedó muerto en un rincón de aquel oscurísimo agujero. Cuando Miguel lo descubrió y le pasó la mano por la cara, lo encontró más helado que la nieve, que, según contaban, era una materia muy blanca y muy fría, aunque él no la hubiera visto en su vida. Se puso a dar gritos y el pánico se apoderó de él.
El silencio completo y la negrura absoluta.
El miedo, tal vez el terror, se pegaba a las flacas carnes de Miguel Farfán mientras, arrimado al muro, pasaba la palma de su mano derecha a través de las hendiduras y las rugosidades de las piedras.
Trataba de apropiarse del espacio en el que se encontraba. Era su manera de sentirse vivo.
Llevaba varios meses allí encerrado, sin hablar con nadie, sin saber siquiera por qué motivo una tarde lo habían sacado de su casa, junto con su familia, y lo habían llevado a los oscuros subterráneos de aquel castillo en donde se amontonaban los presos de
Al principio, compartió celda con un muchacho de unos quince años, uno menos que él, al que se encontró en los puros huesos, con las piernas y los brazos descoyuntados a causa de las sesiones de suplicio en el potro y la garrucha. Su débil voz delató su terrible dolor y su inmensa tristeza.
Al cabo de siete días de fiebres y horrendas pesadillas, al pobre muchacho le vino un vómito verde seguido de unas convulsiones y se quedó muerto en un rincón de aquel oscurísimo agujero. Cuando Miguel lo descubrió y le pasó la mano por la cara, lo encontró más helado que la nieve, que, según contaban, era una materia muy blanca y muy fría, aunque él no la hubiera visto en su vida. Se puso a dar gritos y el pánico se apoderó de él.
Si te gusta la entrada, suscríbete a El ballet de las palabras: el blog cultural. by Email
Muy interesante por varios motivos. En primer lugar por el fragmento que aparece aquí (me ha encantado). En segundo, porque los que conocemos a José Guadalajara nos preguntamos cómo resultará en una novela juvenil, alejada de anteriores proyectos. Y en tercer lugar, me ha llamado mucho la atención el hecho de utilizar pseudónimos, que siempre me ha atraído (mi nombre es muy corriente y poco generoso para aparecer como autor), y nunca he dado con el ingenio apropiado para rebautizarme.
ResponderEliminarSeguiré con interés el camino de este nuevo trabajo. Enhorabuena a los autores.