La mitología de Mongolia se
vertebra por el poder de los chamanes y la capacidad de viajar a otros mundos para
resolver las dificultades de los vivos.
Todo comenzó cuando un
adolescente enfermó hasta quedar inconsciente. Tarvaa, que así se llamaba el
muchacho, fue dado por muerto. Los familiares sacaron el cuerpo de la casa. Al
alma del joven no le gustó esa reacción, así que se atrevió a viajar al mundo
de los espíritus. Allí el rey de los muertos le preguntó por qué había llegado
tan pronto. Sorprendido por la valentía de Tarvaa –el primer vivo que llegaba
al mundo de los muertos- le ofreció volver a la vida con regalos. El muchacho
eligió el conocimiento del reino de los espíritus. Pero cuando regresó a su
cuerpo, los cuervos ya le habían arrancado los ojos. Estaba ciego, mas tuvo una
vida larga y feliz contando historias de ese mundo.
Para el chamán, el cosmos está
organizado de manera vertical, con el cielo Azul Eterno arriba y la Madre Tierra abajo. El cielo está compuesto por noventa y nueve
reinos (tngri). Cincuenta y cinco se hallan en el oeste y cuarenta y cuatro al
este. La Madre Tierra
domina setenta y siete. Todos esos reinos están unidos por una red que
conecta a todos los seres vivos de arriba y abajo. Tiene forma de árbol con
agujeros en el ramaje por donde pasan los chamanes. Así conocen más sobre el
mundo de los espíritus, de los animales, de la naturaleza. El chamán transmite esa información a
los demás humanos.
¿Por qué esos números y no otros? ¿Hay algún significado oculto en ellos? Por otro lado, fascinante una vez más la imagen del ciego que ve lo que otros no, común en otras culturas (el conocido ciego Tiresias me ha venido a la mente casi de inmediato).
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