Además del mito de Sumatra –al
que ya nos referimos- existen más narraciones sobre la creación del mundo en el sureste asiático. En
este caso nos centraremos en la de los kayak.
Estos habitantes –los indígenas
no musulmanes- del interior de Borneo consideran que al principio todo estaba aún cerrado en la boca de la
serpiente de Agua enroscada. Más tarde se alzarían dos montañas: la de Oro
–habitada por la divinidad que regía en el mundo inferior- y la de las Joyas
–donde se encontraba el dios encargado del mundo superior. Estas dos montañas
chocaron entre sí (como en la mitología nórdica) varias veces. Cada uno de los
impactos insufló vida a parte del universo, comenzando por las nubes. Después,
surgió la bóveda celeste, montañas, acantilados, sol, luna, Halcón del cielo,
Ila –Ilai Langit (un enorme pez), Rowang Riwo (que tenía la saliva dorada),
Didis Mahendera (cuyos ojos los formaban joyas) y el tocado dorado de Mátala.
En la tercera, surgió el Árbol de
la Vida (de
hojas de oro y frutos de marfil) para unir el mundo superior con el inferior.
En el Norte de Borneo los dusun
consideran que en los inicios del tiempo sólo existía una monumental roca
rodeada de agua (como para otras culturas, como la egipcia). Se rompió, y de su
interior surgieron un dios herrero y una diosa. Ambos crearon el cielo y la
tierra. El primero formó la bóveda celeste. La pareja modeló la tierra.
Después, a partir de la piedra, crearon a los seres humanos. Sin embargo, no
podían hablar. Así que los dioses lo intentaron
de nuevo, está vez con madera. El problema era que se pudiera, por lo
que volvieron a modelar, esta vez con tierra.
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