Hasta el dos de mayo (aniversario de la muerte del genio) la exposición
sobre Leonardo da Vinci permanecerá en
Madrid. Es una oportunidad que no puede dejarse pasar ver las maquetas de
algunos de los ingenios de este increíble intelecto. Por tres euros (cuatro, si
se reserva la entrada por teléfono) aún nos puede sorprender la capacidad del
cerebro humano. Os dejo un aperitivo de lo que en la exposición del Canal vais
a encontrar.
La
exposición comienza con
maquetas –algunas a tamaño natural y otras a escala- de temática guerrera, pues
hemos de recordar que trabajó especialmente como ingeniero bélico en un momento
en el que los estados italianos guerreaban entre sí y con sus vecinos franceses
y otomanos.
Entre estas maqueta tenemos
ejemplos irrealizables, como los flotadores para caminar sobre el agua, y otros que muestran la genialidad del
creador. Este es el caso de la ametralladora de tres registros, por la que se
puede disparar mientras se carga otro suministro y se enfría el que se ha
utilizado anteriormente.
O el carro cubierto con techumbre para atacar
fortificaciones y evitar que los asaltantes sufran daño por las flechas. Otros
proyectos interesantes son las mejoras que hace a la catapulta (ya existente en
Siracusa durante el siglo IV a. C), el puente de emergencia (que permitía a los
soldados cruzar un río sin tener que emplear clavos), el cañón a vapor (que
emplea la presión del vapor para lanzar proyectiles), el tanque (en cuya
torreta se coloca un soldado mientras otros ochos mueven los mecanismos), el
carro.
Tras esto, aparecen maquetas
sobre el mundo civil (instrumentos musicales, mediciones, estudio sobre el
vuelo, inventos que ahora consideramos cotidianos, como el gato del coche).
Así, nos encontramos con un odómetro, máquina con la que se mide la distancia
partiendo del hecho de que suelta una piedrecita cada vez que la rueda da la
vuelta completa. Nos topamos también
con un curioso tambor mecánico.
Interesantes, además, son sus
estudios sobre la luz, como atestigua el proyector de luz, que nos muestra los
conocimientos ópticos que poseía este genio y por lo que muchos consideran que
la Sábana Santa es un negativo de
Leonardo da Vinci. Sea como fuere, el hecho es que a nuestro inquieto inventor
le gustaba observar el mundo de la óptica y de la luz, como atestigua también
la sala de los espejos, por la que llega a la adelantada conclusión de que
todo lo que hay en el cosmos se propaga por
ondas. Un verdadero intelecto.
Curioso resulta también sus investigaciones
sobre el autómata humano, tan precisos que en 1998 los científicos de
la NASA los consideraron la base
para realizar el robot que tripularía
la Estación Espacial.
Sabemos que le interesó mucho el
vuelo y prestó atención al movimiento de las aves. Aquí dedicó bocetos como el
del planeador colgante, el tornillo aéreo (antecedente del helicóptero del
siglo XX), el paracaídas.
A todas estas maquetas acompañan
reproducciones del estudio, muy exacto, que Leonardo hizo del cuerpo humano a
partir de la observación de los cadáveres.
Todos sabemos que el papel de
Leonardo no quedó solo como la de ingeniero bélico, inventor o estudioso de la
anatomía, sino que fue también pintor. A eso se dedica gran parte del resto de
la exposición, en la que se nos muestran reproducciones de cuados tan famosos
como la Adoración
de los Magos (que ya sabemos que fue uno de su primeros encargos, que dejó
inconcluso, como otras tantas cosas, tal vez porque ya su mente, inquieta, ya
había visto el resultado y necesitaba una nueva motivación), la Virgen de las Rocas, la Dama del armiño… Pero destacan el estudio de
dos de sus obras…Bueno, he de confesar que a lo lejos vislumbré libros y me
salté toda la parte de las obras pictóricas hasta más tarde. Así que me acerqué
a las muestras de los códices de Forster, Madrid, Trivulciano y el dedicado al
“vuelo de los pájaros”. Después
contemplar su escritura de derecha a izquierda (tan útil para un zurdo para no
emborronar tan bellos manuscritos), que me recordó a mi lateralidad cambiada y a mis básicos
estudios de la bella lengua árabe clásica, dirigí mis pequeños pies a una sala
que imitaba el escritorio de Leonardo. Una verdadera belleza. ¡Lástima que no
se pudiera hacer fotos!
Tras esto volví al estudio de la Gioconda
y de la Última cena. Muy interesante,
pues nos presentan versiones de infrarrojos, la actual, la original con el fin
de descubrir algunos detalles. Incluso se aumentan partes de las obras para
darnos luz sobre algunos de sus secretos. Una maravilla. Mejor hubiera sido
tener los originales, pero no se puede tener todo.
Cuando los visitantes toman la
ruta hacia la salida se topan con unas pantallas que contienen juegos
interactivos. Si, querido lector, como a mí no detectan sus movimientos por
muchos espavientos que haga, tiene un problema. Me sentí tan ignorada –a
excepción de la mirada anonadada del guardia de seguridad- como cuando las
puertas de la universidad no se abrían a mi paso – ni con las palabras mágicas de Alí Babá- y tenía que esperar a
que pasara alguien que detonara el sensor.
Mas, con esto tampoco se termina
la velada, pues se te conduce de manera obligada a la tienda, donde el humano
consumista caerá en las redes a pesar de encontrarse con algunos objetos
verdaderamente absurdos a un precio desorbitado. Lo confieso, mi alma
consumista se hizo – a falta de tener dinero para comprar facsímiles – con un
cuaderno decorado con la imagen del hombre de Vitruvio y texto de Leonardo. Y,
por supuesto, con unos cuantos marcapáginas para mi colección.
En resumen, una bella velada que
no puede dejarse pasar en estos días de puente.