Ya
podéis leer el microrrelato vencedor del último certamen literario de El Ballet
de las Palabras. Me ha encantado. Espero que disfrutéis. Enhorabuena al
galardonado.
Guisantes, obviamente.
Puso los ojos en blanco. Tomó aire.
Abrió la línea.
–Parnaso, buenos días, ¿en qué puedo
ayudarle?
–Quiero hablar con la extensión nueve
uno, por favor –dijo una vocecilla nasal.
–Nueve uno… Lo siento caballero, pero
no se encuentra disponible.
–¿Qué no se…? –preguntó la indignada
vocecilla nasal– ¿Qué clase de musas son ustedes, que no están disponibles
cuando se las llama?
–Pues de la única que existe –respondió indolente–
¿Quiere dejar algún mensaje?
–Sí –dijo la frustrada vocecilla nasal–,
dígale que necesito escribir un relato en el que aparezca la palabra “guisante”
para un certamen literario, y…
–¿Guisante?
–Sí, GUI-SAN-TE, y que sea rapidito, por
favor, que el plazo es cortísimo…
–GUI-SAN-TE –silabeó mientras tecleaba–
Bien. ¿Podría hacerle una pregunta caballero?
–Eh… sí, claro.
–Dígame, por favor… ¿Es ésta una llamada
real o es una pieza de ficción que está escribiendo para calzar la palabreja?
Porque que como recurso es pobre, y además ya sabe cómo se ponen las musas
cuando las puentean de esta manera…
–Señorita –espetó la furibunda vocecilla
nasal antes de colgar–, no se me ponga usted metaliteraria y limítese a cumplir
con su obligación, que para eso la pagan. ¡Buenos días!
¡Click!
José Francisco
Garrigós
A
continuación, os dejo también el segundo y tercer puesto.
Buenas
noches, princesa
Todas
las noches, en el espacio irreal que habitaba entre el momento que su padre
cerraba el libro y ella se perdía en ensoñaciones, soñaba con ser princesa.
Pero no una princesa cualquiera: ella era una chica exigente.
Cenicienta
no era la más horrible del montón, al menos ella aspiraba a salir de la miseria,
aunque eso de que midiesen la valía de una por el tamaño de los pies despertaba
su suspicacia (y nada menos que con un zapato de tacón de cristal, qué cosa más
incómoda). Blancanieves le daba más pena que nada, por aquello de conformarse
con el primero que le había dado un beso, igual que la Bella Durmiente (aunque
años más tarde descubriría que, en el cuento original, no fue precisamente eso
lo que la despertó). A la que no podía soportar, desde luego, era a aquella
remilgada que no pudo dormir por tener un guisante bajo el colchón.
Así
que decidió, si bien jurando antes evitar a volátiles sultanes que tan pronto
te mataban como se casaban contigo, ser Sherezade, y así tener como mínimo mil
y una historias que contar.
Ángel Martínez
Un
novio perfecto
Llegó
con dos rosas, una para Matilde y otra para su madre. Además, la bandeja de
pasteles, con que cada domingo hacía pecar a don Anselmo.
La
más joven le echó los brazos al cuello depositando un sonoro beso en su mejilla
y murmurando a continuación con voz melosa, “eres un amor”.
Ya
en la mesa miró el plato. Uno, dos, tres, cuatro y, un trocito de jamón. Era la
medida, el truco para evitar las arcadas que de otro modo, subirían hasta la
garganta. Uno, dos… “¿Están ricos? hoy me han salido mejor que nunca- presumió
la suegra sin pizca de humildad”… tres, cuatro y… ¡Maldición se había terminado
el jamón!
Postre,
café y varios pastelitos después, don Anselmo, dejando a los jóvenes frente al
televisor, siguió a su mujer hasta la cocina. “¿Cuándo cambiarás el menú de los
domingos? sabes cuánto aborrezco los guisantes” Ella, le hizo una carantoña
antes de encogerse de hombros “Lo sé querido, pero así son las cosas. Al novio
de la niña le encantan.”
Dolores Leis
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