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sábado, 24 de diciembre de 2011

EL TEATRO DE JOVELLANOS.

E
l teatro es otro de los géneros que empleó Jovellanos. Los ilustrados, al conocer la importancia que había tenido este género como propaganda de los valores nobiliarios durante el XVII, se dieron cuenta de que el mejor medio para extender la educación y las reformas era el teatro. Pero su objetivo no tendrá éxito, pues, a excepción de El sí de las niñas de Moratín, las obras ilustradas no atraen al un pueblo acostumbrado que lo entretengan con comedias espectaculares de magos o de bandoleros (muy lejos de lo didáctico y literario de los ilustrados).

 La obra de Jovellanos que destaca es El delincuente Honrado (1774), una comedia lacrimosa al estilo francés, que ahora no nos entretiene si no lo entendemos desde su contexto histórico.

Jovellanos, como buen hombre racional, es contrario a los duelos; pero también es justo. De manera que ante la ley del momento que considera que tanto el ofensor como el ofendido tendrán el mismo castigo, nuestro ilustrado considera que no ambos tienen la misma culpa, afirmando que el ofendido es sólo un <<delincuente honrado>>.


La obra, que sigue la regla de las tres unidades (una acción sucedida en un único espacio durante un máximo de veinticuatro horas), pertenece al Prerromanticismo español con la idea de los sentimientos filántropos.

El argumento es, cuanto menos, folletinesco. Teodoro (“don de Dios” en griego) es un honrado joven que se ha casado con Laura, tras matar al vil esposo de ésta; sin embargo, ella desconoce quién fue el artífice de ese acto. Pero un íntegro juez (don Justo de Lara), detiene y acusa a un amigo del joven. Teodoro confiesa todo a Laura. A pesar de que don Justo ha descubierto que éste es su hijo, se ve en la obligación de condenarlo, pero es salvado por un indulto real en el último momento.

Veamos como ejemplo un fragmento de la obra en la que Teodoro hace la confesión:


TEODORO.—Ya ves con cuánto ardor se busca al matador de tu primer marido. El brazo de la justicia está levantado contra su vida miserable; el Soberano ha empeñado su augusto nombre en esta pesquisa, tu padre y los parientes del muerto están sedientos de su sangre... Pues este delincuente, este hombre proscrito, desdichado, aborrecido de todos y perseguido en todas partes... soy yo mismo.
laura.—(Cae sobre su silla.) ¡Oh, cielo!
teodoro.—Sí, adorada Laura; yo soy ese objeto miserable de la ira del cielo y de los hombres; y, sin embargo, viviría tranquilo si no mereciese serlo también de la tuya12... Pero yo te he ofendido, y lo conozco. Ocultándote mi situación, hice a tu alma inocente el más atroz agravio, y esto sólo me hace digno de los mayores suplicios. No; la muerte de tu esposo fue de mi parte un delito involuntario. El cielo es testigo de cuánto hice por evitarlo. Pero mi silencio... mi perfidia... haberte engañado... ¡Ah!, en vano querrá perdonarme tu alma virtuosa; yo no puedo perdonarme a mí mismo.
LAURA.—(Con sumo abatimiento.) Mujer desventurada, ¡qué es lo que acabas de saber!
TEODORO.—(Con despecho.) Pero, Laura, consuélate. Yo voy a vengarte. No, mi perfidia atroz no quedará sin castigo. Voy a huir de ti para siempre, y a esconder mi vida detestable en los horribles climas donde no llega la luz del sol, y donde reinan siempre el horror y la oscuridad. Y no creas que voy huyendo de la muerte. ¿Qué hay en ella de horrible para los desdichados? Ah, lejos de tu vista, el dolor de haberte ofendido será para mí un suplicio más duro y más terrible que la muerte misma. 

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