En un momento en el que el mundo
era joven y todavía no existían los vientos, una pareja, que vivía junto a la
desembocadura del río Yukón, se lamentaba por no tener hijos. Pasaban el tiempo
imaginando cómo sería estar rodeados de niños.
Una noche, la mujer tuvo un
extraño sueño. En él se le acercaba un trineo tirado por tres perros (marrón,
negro y blanco, respectivamente). Al llegar a la puerta, el conductor bajó y le
pidió que lo acompañara. A pesar del miedo, la curiosidad pudo más, así que
siguió al extraño. Entonces, el trineo comenzó su viaje por el cielo. La mujer
ya no temía nada, pues de había dado cuenta de que el conductor era el mismo
Igaluk, el Espíritu de la Luna ,
que, en ocasiones, consolaba a los afligidos.
El trineo descendió para que los
tres perros descansaran. A uno y otro lado sólo se extendía el hielo,
interrumpido por un solitario árbol.
Igaluk le aconsejó que hiciera un
muñeco con ese tronco. Entonces, la mujer despertó del sueño. Extasiada, llamó
a su esposo y le contó lo ocurrido mientras él se frotaba los ojos medio
dormido. Después de decir que sería una tontería, porque nada más tendrían un
muñeco, se dio media vuelta para continuar durmiendo. Sin embargo, su esposa insistió
tanto que, por no oírla, tomó el hacha y marchó en busca del árbol.
Siguió un sendero que brillaba tal como la
luna llena. Anduvo y anduvo hasta que algo lo deslumbró. Se acercó al objeto
brillante: ¡el árbol! Lo taló y se lo llevó a casa. Allí tallaba una figura
mientras la mujer tejía un trajecito. Cuando el muñeco estuvo terminado, lo
vistió y lo sentó en el banco. El hombre talló con la madera restante una
vajilla de juguete y un cuchillo. La mujer llenó los platos de alimento y lo
dejó frente a la figura de quince centímetros.
Tras las quejas del hombre por
toda aquella tontería y pérdida de tiempo, se fueron a dormir. Al rato, unos
silbidos despertaron a la mujer. La pareja fue a ver al muñeco. ¡Se había
comido toda la comida! ¡Se movía y respiraba! La mujer lo cogió en brazos y lo
acunó con cariño. Jugaron con él hasta que el sueño los atrapó.
Al despertar, la figura había
desaparecido. Siguieron las huellas hasta la salida de la aldea. Allí desaparecían.
Entristecidos, volvieron a casa.
El muñeco caminaba por el sendero
brillante que antes había pisado el hombre. Miró al cielo y vio un agujero
tapado con una piel. Con curiosidad, sacó el cuchillo y cortó las cuerdas que
ataban la piel. Una poderosa corriente de viento entró. Arrastraba animales. El
muñeco echó un vistazo por el agujero. Al otro lado había un mundo muy
parecido, con montañas, árboles y ríos.
Volvió a tapar el agujero
mientras decía al viento que unas veces soplaría fuerte; otras, suave; otras no
soplaría.
Anduvo hacia al sur. Allí encontró
otro agujero cubierto con piel. Volvió a hacer lo mismo. Se coló un viento más
cálido que trajo otros animales y plantas. Cerró el agujero y continuó hacia el
oeste.
Allí hizo lo mismo, pero del
agujero salió una enorme tormenta, porque al otro lado había un océano. Tapó la
abertura con prisa y continuó hacia el norte.
Pero allí hacía tanto frío que no se atrevía a abrir el
agujero. Al final lo hizo y entró una bocanada de aire helado y nieve.
Después llegó al centro de una
gran llanura. Contempló el cielo, que se abombaba en aquel punto. Había
recorrido todo el mundo, así que volvió a la aldea.
Ya en casa, contó a sus padres
sus aventuras y cómo había introducido a los vientos. Era una gran noticia,
pues con ellos venían animales y una buena caza. Era una gran suerte. Desde
entonces se honró al muñeco en festividades. Los chamanes hicieron muñecos a
sus hijos, pues éstos llevarían la felicidad a quienes los cuidaran.
Muy interesante el relato, como siempre, con la explicación de los motivos de llevar a cabo la colectividad un ritual determinado. Y maravillosa la foto, por cierto.
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