Es bien conocida la
categoría de magia que todas las antiguas culturas otorgaban a la palabra. Ésta era un instrumento mágico.
Con ella podían hacerse bendiciones y maldiciones. Es posible que, por ello, el
vocablo “ora” en griego (del que procede “oratoria”, “oral”) significara
originalmente “maldición”.
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Estoy leyendo precisamente en estos días la famosísima obra El clan del oso cavernario de Jean M. Auel, sobre la Prehistoria, y el grupo de Sapiens en el que se mueve la protagonista, todavía se comunica, principalmente, por gestos. La chica protagonista, perteneciente a otro grupo genético más desarrollado, ya es capaz de emitir sonidos semajantes a un habla, lo que otorga un gran avance en la Historia de la Humanidad. Verdaderamente no sabemos lo que tenemos, porque no nos cuesta nada usar el lenguaje oral, pero verdaderamente el poder de la palabra es un don de nuestra raza, y no es de extrañar que, en épocas pretéritas, hubiera incluso un temor reverencial hacia aquellos con sabiduría para utilizarla correctamente.
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