El griego antiguo es una de mis lenguas preferidas -junto al árabe clásico. Como sabe, querido lector, muchas palabras de ese idioma han llegado a formar parte del nuestro gracias, especialmente, al latín. Y aunque suele haber pruebas de la procedencia de algunos de nuestros vocablos, parece que queremos olvidarla. Por ejemplo, al principio de cada palabra griega se añadía un signo gráfico denominado espíritu. El suave no se pronunciaba, pero el áspero sonaba semejante a nuestra jota. Ya he mencionado más de una vez que la lengua castellana -simplificando- se caracteriza por la pereza, por pronunciación relajada hasta que sonidos de ese tipo pasan a aspirarse y, luego, a desaparecer. Sin embargo, existe una muestra gráfica, nuestra apreciada H que funciona como testimonio de un origen grandioso. Así sucede con el nombre propio Helena, que en griego comenzaba con un espíritu áspero Ἑλένη ("aquella que brilla como una antorcha") y, por tanto, la manera más correcta de escribirlo -y para mí más bella- es con una preciosa h.
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Se agradecen los comentarios, especialmente para no sentirme como una loca que habla sola. Saludos.