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miércoles, 29 de febrero de 2012

¿ES LA JUSTICIA ESPAÑOLA UNA FIGURA BORRACHA QUE YERRA A LA HORA DE DAR SU VEREDICTO?


Como todos los miércoles, trataremos problemas de nuestro tiempo, pero esta semana me ha costado especialmente decidirme entre todos: ¿el uso propagandístico que la Comunidad de Madrid va a hacer del Día de la Mujer mientras le recorta derechos?; ¿el caso Urdangarín?; ¿las cercanas elecciones del sur de España donde los andaluces tienen es su mano una gran responsabilidad?; ¿el aumento del paro?; ¿la intención del Gobierno de emplear parados “voluntarios” para cubrir puestos que habrían estado destinados a trabajadores remunerados?;  ¿el aumento de la pobreza?; ¿la diferencia de IRPF de pobres y ricos, quienes pagan menos?; ¿el menosprecio y la desaparición paulatina que pretende el Gobierno respecto a Educación, Sanidad y demás servicios sociales?; ¿la marcha de muchos especialistas que hacen descubrimientos para otros países?; ¿el caso único de España donde no se juzgan los crímenes de una dictadura?; ¿la intención de privatizar el agua, provocando mayor abismo entre ricos y pobres?; ¿la de privatizar el metro?; ¿la manipulación mediática en todos los ámbitos de la información desde lo menos relevante para el ser humano –deportivo- a lo social?; ¿que en un colegio no se permita el acceso a un alumno porque sus padres son homosexuales?; ¿la apatía social?...

Al final, me he decidido por dos asuntos. Aquí me centraré en la “Justicia” española, basándome en el programa del domingo de Salvados (La Justicia,¿es igual para todos?) que me ha recordado a la serie Crematorio, que resulta una de las mejores en el ámbito español.

A la cuestión que ya presenta el título supongo que todos –sin contar algún despistado- habrán contestado que obviamente no. Hay una para los pobres; otra, para los ricos y poderosos (lo que Mena denomina quinto poder). Vamos, como en los peores tiempos.
 
De este modo, tenemos que gentuza y corruptos como Camps salgan en libertad, mientras otros son absurdamente condenados (Garzón). Este despropósito, este mundo al revés y esperpéntico del que ya se quejaba Valle a principios del siglo pasado es visto con ironía por El Jueves en una de sus portadas, como señala Jordi Évole.

Muchos de esos ricachones y poderosos se valen de estratagemas para retrasar el juicio con el fin de que el delito prescriba. En mi moral no cabe que una maldad prescriba: si se ha hecho algo mal, ahí queda para siempre por lo que ha de se juzgado el que delinque, ya sea un tiburón ya un pobre hombre. Pero cabe preguntarse si el abogado en cuestión dormirá bien por las noches o su conciencia (o Razón Práctica de Kant) lo persigue. Esto me recuerda a que hace tiempo unas compañeras y yo preguntamos a nuestro profesor de legislación – un abogado jactancioso- que cómo era capaz de defender a violadores. Su respuesta nos dejó estupefactas y no le dimos una paliza porque había civismo en nuestros corazones. Este hombrecillo nos había contestado con una anécdota: tras una pequeña discusión sobre la culpabilidad de un violador el coronel sacó la espada de la vaina y entregó aquella a su inferior mientras él se quedaba con dicha vaina. Instó al hombre a que volviera a introducir el arma en su carcasa. Parecía tarea fácil, pero el capitán comenzó a mover la vaina. <<Si la mujer no quiere, no hay penetración>>, argumentó de manera débil el militar. El abogado no se contentó con lanzarnos esta patraña, sino que además afirmó: <<buenas mariscadas me doy con estos casos>>.

Esto y lo anterior nos indica que estamos enseñando a nuestros hijos que hay una doble moral y que no está tan mal pisar a los demás.

En Salvados, Jordi Évole va en captura de uno de los presuntos casos de corrupción, donde Millet roba una gran suma de dinero (en torno a los treinta y cinco millones) del Palacio de la Música, edificio fundado por uno de sus ancestros que fue un gran mecenas cultural. En el reportaje se viene a decir que a veces los descendientes no dan la talla. Esto me recuerda a Fortunata y Jacinta, donde, al inicio de la novela, Galdós, mediante la voz del narrador, presenta el gran esfuerzo y el tesón de los comerciantes burgueses del XVIII para conseguir bienestar y cómo sus hijos olvidan tales virtudes por la ociosidad y la amoralidad (veamos el caso del mimado Juanito Santacruz). ¡Y esta descripción es de hace más de un siglo! Si es que no aprendemos.

El caso es que el tal Millet tomaba el dinero de patrocinio destinado a conciertos y otros asuntos culturales del Palacio de la Música para su beneficio privado (pago de facturas, por ejemplo). Los que se viene llamando corrupción. Esto me recuerda a lo que venimos viviendo en Madrid desde hace mucho tiempo (dinero público que va a empresas privadas) y a un asunto típico de la política actual y más propia de la decimonónica. Un ejemplo lo encontramos en un municipio de la capital donde se descubrió que el dinero había acabado en manos de los políticos que “dirigían”  (y lo siguen haciendo, por mucha cara de ingenuidad que ponga, querido lector) dicha localidad con fines privados: caciquismo (sí, todavía existe; con estos ojitos verdes lo he visto llevar a cabo), pagarse unas buenas vacaciones (que robar resulta agotador), tener “chacha” (como ellos dicen), comprarse cochazos, casazas y un largo etc. Esto, claro, siempre con el nombre del Ayuntamiento, que se queda en números rojos. ¿No le suena de algo?

Por supuesto, esto nos lleva a pensar que el dinero va hacia cierto partido político y se lleva a cabo tráfico de influencias.

En consecuencia, podemos ver que el caso Urdangarín o el de Camps no son aislados.

Ya comenté en otro artículo que la escritura del acta, así como la presentación, mostraba el bajo nivel del desarrollo del pensamiento que tenía el usuario. De modo que esto me lleva a darle la razón al Juez Josep Mª Pijuan cuando afirma que los casos de corrupción no habrían de ser juzgados por el pueblo, pues este vota a políticos corruptos. Así que esto nos lleva a pensar que la participación en la vida política y jurídica del pueblo es inútil si éste no está instruido y se deja manipular y engañar. Y aquí vuelve a aparecer la importancia de unaEducación PÚBLICA de calidad.

En definitiva, lo que vemos es que las reglas del juego de la Justicia no están bien hechas, con lo que se permite que algunos marrulleros jugadores hagan trampas.

De todos modos atienda, estimado lector, las palabras de Mena, que nos explica muy bien ciertas cosas en las que España (Garzón, principalmente) metió el dedo en el ojo de grandes poderes. Uno de los artículos españoles indicaba que se tenía potestad para juzgar hechos extranjeros que atentaran contra la Humanidad (Guantánamo, Tibet, Gaza). Que te metan el dedo en el ojo resulta muy molesto, especialmente si uno está acostumbrado a que nadie ose hacerlo, así que se presionó al Gobierno de Zapatero, con la consecuente derogación del artículo. Miedo me da la manera de presionar. Me recuerda que España ha sufrido un ataque político – económico desde el exterior que la ha conducido (junto a especuladores internos) a una verdadera crisis. Esto también me trae  a la mente cuál fue el inicio de la crisis de Islandia y cómo la presionaron cuando la ciudadanía se negó a pagar la deuda de otros.

Évole, siempre tan mordaz, pregunta a Mena si los jueces se tapan unos a los otros. La conclusión es que eso sería corporativismo (y ya sabemos el contenido negativo de ese término: vea La corporación), pues facilitaría que solo los jueces pudieran juzgarse entre sí, que negociaran y que si uno no entra por el aro se lo machaque y expulse del cotarro: ¿Garzón?

Ante todo esto, solo me cabe preguntar: ¿tiene razón El Jueves al presentar una Justicia borracha que yerra a la hora de dar su veredicto? ¿Son sólo ciertos usuarios los que maltratan la palabra “justicia”?

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Se agradecen los comentarios, especialmente para no sentirme como una loca que habla sola. Saludos.