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viernes, 31 de octubre de 2014

LITERATURA DE TERROR FUERA DEL TERROR. ORÍGENES DE LA LITERATURA DE TERROR.


Literatura de terror fuera de género de terror,
La Hermandad de Poe y Letras Vivas en la
Semana Gótica del Museo del Romanticismo.
Fotografía de Laura Muñoz Hermida
Ayer, en el contexto de la Semana Gótica del Museo del Romanticismo, tuvo lugar una pequeña tertulia sobre la literatura de terror organizada por La Hermandad de Poe, grupo que publica antología de relatos de terror tanto de escritores de ese ámbito como de otros. La intención fue defender la literatura de terror como uno de los estilos literarios, sin más o menos prestigio, sin más o menos calidad, y recordar que autores de obras consideradas clásicas también tuvieron su momento para el terror. Había un tiempo muy limitado, así que hubimos de concentra todo en tres puntos clave: qué es literatura de terror, cuáles son sus corrientes y qué técnicas son imprescindibles para crear literatura de terror.
Cuando mis compañeros de asociación me confirmaron que estaría en la mesa, a poco de que sucediera, tras el pánico inicial procuré poner mis ideas en orden. Soy muy organizada y necesito que todo sea así para sentirme segura. Me senté ante una hoja en blanco y pensé en dos cosas: defender la literatura de terror como un estilo más de los literario y que, por tanto, ha aparecido a lo largo de la Historia de la Literatura, y centrarme en la literatura  española muy olvidada en este aspecto. Quería defender el relato como base del espíritu español, aunque bastante denostado por las editoriales.
De esta manera surgió un pequeño esquema en cuatro bloques: ¿qué es literatura?, cómo se ha tratado el mal en las diferentes épocas, escenas y obras fuera de lo que se viene llamando <<género de terror>> en vez de estilo y una línea genealógica de la literatura de terror.

A continuación voy a presentaros esas ideas, que ayer, por el tiempo, no pudimos discutir de manera completa.
Como en toda ciencia –que esto es ciencia humana-, hay que saber de qué vamos hablar, de ahí que comencemos por la definición, basada en los estudiosos que han leído, analizado y comparado textos para descubrir que la literatura de terror siempre repite ciertos elementos.
Para los especialistas, la literatura de terror pretende provocar desasosiego. Si revisamos la Historia de la Literatura, percibiremos que esto sucede en numerosas obras, remontándonos, incluso a La Biblia. Hemos de recordar, fuera de prejuicios, que nuestra tradición, modo de ser y de ver el mundo se basan tanto en la literatura grecolatina como en la judeocristiana, representada por La Biblia. Si queremos conocernos, por muy ateos que se sea, hemos de leer esta obra. Fuera de los prejuicios encontraremos muchas fuentes de nuestra literatura contemporánea.
Otra de las características propias de la literatura de terror es la presencia del asunto del Mal, pues las obras de terror nos avisan sobre distintos peligros.
A estos dos elementos característicos, los estudiosos añaden lo sobrenatural. De ahí que la literatura de terror se incluya dentro de la fantasía junto a la épica fantástica o la ciencia ficción.
Basándonos en lo que se dice sobre el cuento literario de terror, origen cercano de la literatura de terror, se pretende plasmar aquello que nos agobia, que nos angustia (como seres humanos o como sociedad concreta) pero con el fin de procurar una catarsis, una purificación. En otras palabras, comprender y enfrentarnos a esos problemas, tal como sucedía en los cuentos tradicionales.
Respecto a las corrientes de la literatura de terror, los estudiosos, entre ellos Hartwell (Gran Libro del Terror) identifican tres líneas en las que se introducen las diferentes obras, a saber: lo que han llamado alegoría moral (el uso de lo sobrenatural como modo de procurar una enseñanza en el lector); las metáforas psicológicas (centradas en las psicopatologías) y lo que Hartwel denomina lo fantástico (siempre el problema de la terminología que se engorda de semántica y confunde más que ayudar), que resulta la mezcla de las dos primeras corrientes. Ésta última resulta muy típica de la modernidad, aunque tendiendo a lo sobrenatural o a lo psicológico dependiendo del autor o del movimiento artístico al que pertenezca éste.
Pero, ¿qué necesitamos para escribir un texto literario de terror? Seamos escritores de este estilo o queramos abordarlo ocasionalmente, hemos de recordar de que es LITERATURA, es decir ARTE y que, por tanto, tiene una técnica. No todo lo que se escribe o se publica es LITERATURA, tenga más o menos fama o éxito. El artista literario de estilo de terror debe tener en cuenta tres normas técnicas básicas. En primer lugar, la atmósfera. En cualquier estilo literario éste es un elemento relevante –y complicado-, pero en el terror mucho más. El escritor, ante todo, ha de leer mucho –se supone que obras de calidad- para empaparse de las formas climáticas de este estilo.
La siguiente norma técnica es la creación de una estructura secuencial que dé verosimilitud y ayude al pacto de ficción. Explico lo que se entiende por esto último: los lectores, ante un libro literario, sabemos que lo que allí se expresa no es real, tampoco mentira, pero no real, es verosímil. Hacemos un acto de fe y nos adentramos en ese mundo. En realidad, más bien, dejamos que otra consciencia se introduzca en la nuestra para hacernos ver una realidad determinada. Así seguimos, a no ser que el autor haya cometido un error técnico que nos saque del pacto de ficción, lo que puede ocurrir en cine o en las series televisivas. Sin embargo, no siempre la culpa es del escritor, sino del propio lector, al que le falten mecanismos para conseguir adentrase en ese mundo que le propone el escritor ya sea por la madurez en la edad, por la falta de lectura o por leer pero sólo obras que no son de calidad, lo que dificulta el desarrollo del <<músculo>> lector que nos hace ir subiendo de escalón interpretativo. ¿Cómo se consigue, entonces, ayudar al pacto de ficción en la literatura de terror? Con un ritmo lento y gradual, que vaya introduciendo y guiando suavemente al lector.
A esto se suma que hemos de recordar que toda obra literaria de terror es un verdadero tratado sobre el Mal desde cualquiera de sus prismas. Y en cada época se centran, o ven, una de esas caras del Mal. Hagamos un breve recorrido sobre esto.
Durante la Edad Media, en la que los habitantes están rodeados por calamidades, se centran en el Mal en general ya sea en la figura del Anticristo o, más propiamente en la literatura, en la figura del gigante y del ogro. Recordemos dos cosas: en primer lugar que <<ogro>> procede de la palabra latina <<Orco>>, una de las formas de llamar a Plutón, a Hades, el dios del inframundo, del mundo de los muertos. Los cristianos medievales identificarán ese reino de los muertos con el infierno y al orco con el mismo. De manera que ogro (la evolución fonética de orco) se ve como representación del Mal. Por otro lado, hemos de tener en la mente que Cervantes recuperará el gigante como símbolo del Mal, aunque lo llevará más allá, en virtud a su época. En definitiva, la literatura medieval tiene figuras (incluyendo los brujos) que representan el Mal, por lo que necesitan un <<superhéroe>> que los venza. Aquí aparece el caballero andante, que se ennoblece al luchar contra el Mal para ganarse el favor de una dama, que, además, suele estar ya casada. El caballero andante es un ser extraordinario capaz de hacer frente a gigantes, ogros y brujos, figuras que ocultan todos los males a los que tienen que enfrentarse los habitantes medievales.
Deliberadamente me salto el Renacimiento para detenerme en el Barroco. El miedo aquí se dirige a lo absurdo de la vida, a un mundo aparente ante el cual los sentidos no pueden hacer nada. Está ocultando la corrupción, la amoralidad y la hipocresía.
Paso de largo la Ilustración para llegar al Romanticismo. El miedo, aquí, se encuentra en las convenciones sociales como lo que perjudica al ser humano. Los románticos consideran que son los poderosos quienes han impuesto unas normas, una visión de la realidad que no nos permiten ver la realidad misma. De ahí que decidan emplear como motivos artísticos la noche –momento en el que el resto de la sociedad está durmiendo y ellos pueden ver el mundo tal como es, sin influencias-, las ruinas, cementerios, fantasmas…todo aquello que choca con la sociedad.
Vamos hasta el fin de siglo, momento de la caída del Positivismo, la confianza ciega en la razón y ciencia. Es un momento de desconcierto, de desengaño que produce apatía y una preocupación existencial. Para ellos nacer no tiene ningún sentido, de lo que deriva manifestaciones del terror.
Vayamos al terror tras las dos grandes guerras para llegar al miedo a la Guerra Fría y el terror hacia los rusos y las consecuencias. De ahí se explica la presencia y éxito de los nuevos caballeros andantes: Superman, el Capitán América…
Obviamente, por ser bien conocidos por todos, no he hecho referencia a la literatura gótica ni a Poe. Quería mostrar que el terror y el miedo al Mal es mucho anterior.
Pero volvamos a Europa para ejemplificar la presencia del terror fuera de lo que se suele denominar (erróneamente, pero esa es otra cuestión) género de terror. Es decir, autores que no suelen escribir este estilo, pero que deciden incluirlo, deliberadamente o no, en escenas o relatos.
Comencemos con las escenas de terror en obras que, en un principio, no lo son. Por las fechas en las que nos encontramos y la tradición de representarlo, empezaremos por Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Todos recordamos la escena en que se abre el infierno para arrastrar a don Juan por sus vilezas. Leamos con los ojos de los espectadores de la época y comprobaremos el pavor que produciría tal escena en la mirada conservadora.

(Llama al sepulcro del Comendador. Este sepulcro se cambia en   -[fol. 91r]-   una mesa, que parodia horriblemente la mesa en que comieron, en el acto anterior,DON JUAN, CENTELLAS y AVELLANEDA. En vez de las guirnaldas que cogían en pabellones sus manteles, de sus flores y lujoso servicio, culebras, huesos y fuego, etc. (A gusto del pintor.) Encima de esta mesa aparece un plato de ceniza, una copa de fuego y un reloj de arena. Al cambiarse este sepulcro, todos los demás se abren y dejan paso a las osamentas de las personas que se suponen enterradas en ellos, envueltas en sus sudarios. Sombras, espectros y espíritus pueblan el fondo de la escena. La tumba de DOÑA INÉS permanece.)

 

 
 -286-  

Escena II

DON JUAN, la ESTATUA de don Gonzalo y las sombras.

 
ESTATUA
   Aquí me tienes, don Juan,
45
y he aquí que vienen conmigo
los que tu eterno castigo
de Dios reclamando están.
DON JUAN
   ¡Jesús!
ESTATUA
¿Y de qué te alteras,
si nada hay que a ti te asombre,
50
y para hacerte eres hombre
platos con sus calaveras?
DON JUAN
   ¡Ay de mí!
ESTATUA
¿Qué? ¿El corazón
te desmaya?
DON JUAN
No lo sé;
  -287-  
concibo que me engañé;
55
no son sueños... ¡ellos son!
 (Mirando a los espectros.) 
  -[fol. 91v]-  
   Pavor jamás conocido
el alma fiera me asalta,
y aunque el valor no me falta,
me va faltando el sentido.
60
ESTATUA
   Eso es, don Juan, que se va
concluyendo tu existencia,
y el plazo de tu sentencia
fatal ha llegado ya.
DON JUAN
   ¡Qué dices!
ESTATUA
Lo que hace poco
65
que doña Inés te avisó,
lo que te he avisado yo,
y lo que olvidaste loco.
   Mas el festín que me has dado
debo volverte, y así,
70
llega, don Juan, que yo aquí
cubierto te he preparado.
DON JUAN
   ¿Y qué es lo que ahí me das?
ESTATUA
Aquí fuego, allí ceniza.
DON JUAN
El cabello se me eriza.
75
-288-
ESTATUA
Te doy lo que tú serás.
DON JUAN
   ¡Fuego y ceniza he de ser!
ESTATUA
Cual los que ves en redor;
en eso para el valor,
la juventud y el poder.
80
DON JUAN
   ¡Ceniza bien; pero fuego...!
ESTATUA
El de la ira omnipotente,
do arderás eternamente
por tu desenfreno ciego.
DON JUAN
   ¿Conque hay otra vida más
85
y otro mundo que el de aquí?
¿Conque es verdad, ¡ay de mí!,
lo que no creí jamás?
   ¡Fatal verdad que me hiela
la sangre en el corazón!
90
¡Verdad que mi perdición
solamente me revela!
   ¿Y ese reloj?
ESTATUA
Es la medida
de tu tiempo.
DON JUAN
¿Expira ya?
-289-
ESTATUA
Sí; en cada grano se va
95
un instante de tu vida.
DON JUAN
   ¿Y esos me quedan no más?
ESTATUA
Sí.
DON JUAN
¡Injusto Dios! Tu poder
me haces ahora conocer,
cuando tiempo no me das
100
   de arrepentirme.
ESTATUA
Don Juan,
un punto de contrición
da a un alma la salvación,
y ese punto aún te le dan.
DON JUAN
   ¡Imposible! ¡En un momento
105
borrar treinta años malditos
de crímenes y delitos!
ESTATUA
Aprovéchale con tiento,

(Tocan a muerto.)

 
   porque el plazo va a expirar,
y las campanas doblando
110
  -[fol. 92v]-  
por ti están, y están cavando
la fosa en que te han de echar.

(Se oye a lo lejos el oficio de difuntos.)

 
DON JUAN
   ¿Conque por mí doblan?
-290-
ESTATUA
Sí.
DON JUAN
¿Y esos cantos funerales?
ESTATUA
Los salmos penitenciales
115
que están cantando por ti.

(Se ve pasar por la izquierda luz de hachones, y rezan dentro.)

 
DON JUAN
   ¿Y aquel entierro que pasa?
ESTATUA
Es el tuyo.
DON JUAN
¡Muerto yo!
ESTATUA
El capitán te mató
a la puerta de tu casa.
120
DON JUAN
   Tarde la luz de la fe
penetra en mi corazón,
pues crímenes mi razón
a su luz tan sólo ve.
   Los ve... y con horrible afán,
125
porque al ver su multitud,
ve a Dios en su plenitud
de su ira contra don Juan.
   ¡Ah! Por doquiera que fui,
la razón atropellé,
130
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé.
  -291-  
Y emponzoñé cuanto vi,
   y a las cabañas bajé,
y a los palacios subí,
135
  -[fol. 93r]-  
y los claustros escalé;
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí.
   ¡Mas ahí estáis todavía
 (A los fantasmas.) 
Con quietud tan pertinaz!
140
Dejadme morir en paz
a solas con mi agonía.
   Mas con esa horrenda calma,
¿qué me auguráis, sombras fieras?
¿Qué esperáis de mí?
ESTATUA
Que mueras
145
para llevarse tu alma.
   Y adiós, don Juan; ya tu vida
toca a su fin, y pues vano
todo fue, dame la mano
en señal de despedida.
150
DON JUAN
   ¿Muéstrasme ahora amistad?
ESTATUA
Sí; que injusto fui contigo,
y Dios me manda tu amigo
volver a la eternidad.
DON JUAN
   Toma, pues.
ESTATUA
Ahora, don Juan,
155
  -292-  
pues desperdicias también
el momento que te dan,
conmigo al infierno ven.
DON JUAN
   ¡Aparta, piedra fingida!
Suelta, suéltame esa mano,
160
que aún queda el último grano
en el reloj de mi vida.
  -[fol. 93v]-  
   Suéltala, que si es verdad
que un punto de contrición
da a un alma la salvación
165
de toda una eternidad,
   yo, santo Dios, creo en ti;
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita...
¡Señor, ten piedad de mí!
170
ESTATUA
Ya es tarde.

(DON JUAN se hinca de rodillas, tendiendo al cielo la mano que le deja libre laESTATUA. Las sombras, esqueletos, etc., van a abalanzarse sobre él, en cuyo momento se abre la tumba de DOÑA INÉS y aparece ésta. DOÑA INÉS toma la mano que DON JUAN tiende al cielo.)

 

Sin embargo, mucho mayor valor estético tiene El Estudiante de Salamanca, de Espronceda y también en torno al arquetipo de Don Juan (mal llamado mito). Espronceda, bastante donjuanesco, muestra aquí su arrepentimiento por haber provocado la muerte de su amada. Obra original tanto en sus saltos temporales como en la ruptura del verso en virtud del contenido, como en los últimos versos del fragmento en los que se percibe que el protagonista va perdiendo el aliento, la vida.

Y la dama a una puerta se paró,
y era una puerta altísima, y se abrieron
sus hojas en el punto en que llamó,
que a un misterioso impulso obedecieron; .
y tras la dama el estudiante entró;
ni pajes ni doncellas acudieron;
y cruzan a la luz de unas bujías
fantásticas, desiertas galerías.
Y la visión como engañoso encanto, .
por las losas deslizase sin ruido,
toda encubierta bajo el blanco manto
que barre el suelo en pliegues desprendido;
y por el largo corredor en tanto
sigue adelante y síguela atrevido, .
y su temeridad raya en locura,
resuelto Montemar a su aventura.
Las luces, como antorchas funerales,
lánguida luz y cárdena esparcían,
y en torno en movimientos desiguales .
las sombras se alejaban o venían:
arcos aquí ruinosos, sepulcrales,
urnas allí y estatuas se veían,
rotas columnas, patios mal seguros,
yerbosos, tristes, húmedos y oscuros. .
Todo vago, quimérico y sombrío,
edificio sin base ni cimiento,
ondula cual fantástico navío
que anclado mueve borrascoso viento.
En un silencio aterrador y frío .
yace allí todo: ni rumor, ni aliento
humano nunca se escuchó; callado,
corre allí el tiempo, en sueño sepultado.
Las muertas horas a las muertas horas
siguen en el reloj de aquella vida, .
sombras de horror girando aterradoras,
que allá aparecen en medrosa huida;
ellas solas y tristes moradoras
de aquella negra, funeral guarida,
cual soñada fantástica quimera, .
vienen a ver al que su paz altera.
Y en él enclavan los hundidos ojos
del fondo de la larga galería,
que brillan lejos, cual carbones rojos,
y espantaran la misma valentía: .
y muestran en su rostro sus enojos
al ver hollada su mansión sombría,
y ora en grupos delante se aparecen,
ora en la sombra allá se desvanecen.
Grandiosa, satánica figura, .
alta la frente, Montemar camina,
espíritu sublime en su locura,
provocando la cólera divina:
fábrica frágil de materia impura,
el alma que la alienta y la ilumina, .
con Dios le iguala, y con osado vuelo
se alza a su trono y le provoca a duelo.
Segundo Lucifer que se levanta
del rayo vengador la frente herida,
alma rebelde que el temor no espanta, .
hollada sí, pero jamás vencida:
el hombre en fin que en su ansiedad quebranta
su límite a la cárcel de la vida,
y a Dios llama ante él a darle cuenta,
y descubrir su inmensidad intenta. .
Y un báquico cantar tarareando,
cruza aquella quimérica morada,
con atrevida indiferencia andando,
mofa en los labios, y la vista osada;
y el rumor que sus pasos van formando, .
y el golpe que al andar le da la espada,
tristes ecos, siguiéndole detrás,
repiten con monótono compás.
Y aquel extraño y único rüido
que de aquella mansión los ecos llena, .
en el suelo y los techos repetido,
en su profunda soledad resuena;
y expira allá cual funeral gemido
que lanza en su dolor la ánima en pena,
que al fin del corredor largo y oscuro .
salir parece de entre el roto muro.
Y en aquel otro mundo, y otra vida,
mundo de sombras, vida que es un sueño,
vida, que con la muerte confundida,
ciñe sus sienes con letal beleño; .
mundo, vaga ilusión descolorida
de nuestro mundo y vaporoso ensueño,
59José de Espronceda
60
son aquel ruido y su locura insana,
la sola imagen de la vida humana.
Que allá su blanca misteriosa guía .
de la alma dicha la ilusión parece,
que ora acaricia la esperanza impía,
ora al tocarla ya se desvanece:
blanca, flotante nube, que en la umbría
noche, en alas del céfiro se mece; .
su airosa ropa, desplegada al viento,
semeja en su callado movimiento:
humo süave de quemado aroma
que al aire en ondas a perderse asciende,
rayo de luna que en la parda loma, .
cual un broche su cima al éter prende;
silfa que con el alba envuelta asoma
y al nebuloso azul sus alas tiende,
de negras sombras y de luz teñidas,
entre el alba y la noche confundidas. .
Y ágil, veloz, aérea y vaporosa,
que apenas toca con los pies el suelo,
cruza aquella morada tenebrosa
la mágica visión del blanco velo:
imagen fiel de la ilusión dichosa .
que acaso el hombre encontrará en el cielo.
Pensamiento sin fórmula y sin nombre,
que hace rezar y blasfemar al hombre.
Y al fin del largo corredor llegando,
Montemar sigue su callada guía, .
y una de mármol negro va bajando
de caracol torcida gradería,
larga, estrecha y revuelta, y que girando
en torno de él y sin cesar veía
suspendida en el aire y con violento, .
veloz, vertiginoso movimiento.
Y en eterna espiral y en remolino
infinito prolóngase y se extiende,
y el juicio pone en loco desatino
a Montemar que en tumbos mil desciende. .
Y, envuelto en el violento torbellino,
al aire se imagina, y se desprende,
y sin que el raudo movimiento ceda,
mil vueltas dando, a los abismos rueda:
y de escalón en escalón cayendo, .
blasfema y jura con lenguaje inmundo,
y su furioso vértigo creciendo,
y despeñado rápido al profundo,
los silbos ya del huracán oyendo,
ya ante él pasando en confusión el mundo, .
ya oyendo gritos, voces y palmadas,
y aplausos y brutales carcajadas;
llantos y ayes, quejas y gemidos,
mofas, sarcasmos, risas y denuestos,
y en mil grupos acá y allá reunidos, .
viendo debajo de él, sobre él enhiestos,
hombres, mujeres, todos confundidos,
con sandia pena, con alegres gestos,
que con asombro estúpido le miran
y en el perpetuo remolino giran. .
Siente, por fin, que de repente para,
y un punto sin sentido se quedó;
mas luego valeroso se repara,
abrió los ojos y de pie se alzó;
y fue el primer objeto en que pensara .
la blanca dama, y alrededor miró,
y al pie de un triste monumento hallóla,
sentada en medio de la estancia, sola.
Era un negro solemne monumento
que en medio de la estancia se elevaba, .
y a un tiempo a Montemar, ¡raro portento!,
una tumba y un lecho semejaba:
ya imaginó su loco pensamiento
que abierta aquella tumba le aguardaba;
ya imaginó también que el lecho era .
tálamo blando que al esposo espera.
Y pronto, recobrada su osadía,
y a terminar resuelto su aventura,
al cielo y al infierno desafía
con firme pecho y decisión segura: .
a la blanca visión su planta guía,
y a descubrirse el rostro la conjura,
y a sus pies Montemar tomando asiento,
así la habló con animoso acento:
«Diablo, mujer o visión, .
que, a juzgar por el camino
que conduce a esta mansión,
eres puro desatino
o diabólica invención:
Siquier de parte de Dios, .
siquier de parte del diablo,
¿quién nos trajo aquí a los dos?
Decidme, en fin, ¿quién sois vos?
y sepa yo con quién hablo:
Que más que nunca palpita .
resuelto mi corazón,
cuando en tanta confusión,
y en tanto arcano que irrita,
me descubre mi razón.
Que un poder aquí supremo, .
invisible se ha mezclado,
poder que siento y no temo,
a llevar determinado
esta aventura al extremo.»
Fúnebre .
llanto
de amor,
óyese
en tanto
en son .
flébil, blando,
cual quejido
dolorido
que del alma
se arrancó; .
cual profundo
¡ay! que exhala
moribundo
corazón.
Música triste, .
lánguida y vaga,
que a par lastima
y el alma halaga;
dulce armonía
que inspira al pecho .
melancolía,
como el murmullo
de algún recuerdo
de antiguo amor,
a un tiempo arrullo .
y amarga pena
del corazón.
Mágico embeleso,
cántico ideal,
que en los aires vaga .
y en sonoras ráfagas
aumentando va:
sublime y oscuro,
rumor prodigioso,
sordo acento lúgubre, .
eco sepulcral,
músicas lejanas,
de enlutado parche
redoble monótono,
cercano huracán, .
que apenas la copa
del árbol menea
y bramando está:
olas alteradas
de la mar bravía, .
en noche sombría
los vientos en paz,
y cuyo rugido
se mezcla al gemido
del muro que trémulo .
las siente llegar:
pavoroso estrépito,
infalible présago
de la tempestad.
Y en rápido crescendo, .
los lúgubres sonidos
más cerca vanse oyendo
y en ronco rebramar;
cual trueno en las montañas
que retumbando va,
cual rujen las entrañas
de horrísono volcán.
Y algazara y gritería,
crujir de afilados huesos,
rechinamiento de dientes .
y retemblar los cimientos,
y en pavoroso estallido
las losas del pavimento
separando sus junturas
irse poco a poco abriendo, .
siente Montemar, y el ruido
más cerca crece, y a un tiempo
escucha chocarse cráneos,
ya descarnados y secos,
temblar en torno la tierra, .
bramar combatidos vientos,
rugir las airadas olas,
estallar el ronco trueno,
exhalar tristes quejidos
y prorrumpir en lamentos: .
todo en furiosa armonía,
todo en frenético estruendo,
todo en confuso trastorno,
todo mezclado y diverso.
Y luego el estrépito crece .
confuso y mezclado en un son,
que ronco en las bóvedas hondas
tronando furioso zumbó;
y un eco que agudo parece
del ángel del juicio la voz, .
en triple, punzante alarido,
medroso y sonoro se alzó;
sintió, removidas las tumbas,
crujir a sus pies con fragor
chocar en las piedras los cráneos .
con rabia y ahínco feroz,
romper intentando la losa,
y huir de su eterna mansión,
los muertos, de súbito oyendo
el alto mandato de Dios. .
Y de pronto en horrendo estampido
desquiciarse la estancia sintió,
y al tremendo tartáreo rüido
cien espectros alzarse miró:
de sus ojos los huecos fijaron .
y sus dedos enjutos en él;
y después entre sí se miraron,
y a mostrarle tornaron después;
y enlazadas las manos siniestras,
con dudoso, espantado ademán .
contemplando, y tendidas sus diestras
con asombro al osado mortal,
se acercaron despacio y la seca
calavera, mostrando temor,
con inmóvil, irónica mueca
inclinaron, formando enredor.
Y entonces la visión del blanco velo
al fiero Montemar tendió una mano,
y era su tacto de crispante hielo,
y resistirlo audaz intentó en vano: .
galvánica, cruel, nerviosa y fría,
histérica y horrible sensación,
toda la sangre coagulada envía
agolpada y helada al corazón...
Y a su despecho y maldiciendo al cielo, .
de ella apartó su mano Montemar,
y temerario alzándola a su velo,
tirando de él la descubrió la faz.
¡Es esposo!, su los ecos retumbaron,
¡La esposa al fin que su consorte halló! .
Los espectros con júbilo gritaron:
¡Es el esposo de su eterno amor!
Y ella entonces gritó: ¡Mi esposo! Y era
(¡desengaño fatal!, ¡triste verdad!)
una sórdida, horrible calavera, .
la blanca dama del gallardo andar...
Luego un caballero de espuela dorada,
airoso, aunque el rostro con mortal color,
traspasado el pecho de fiera estocada,
aún brotando sangre de su corazón, .
se acerca y le dice, su diestra tendida,
que impávido estrecha también Montemar:
-Al fin la palabra que disteis, cumplida;
doña Elvira, vedla, vuestra esposa es ya.
-Mi muerte os perdono. Por cierto, don Diego, .
repuso don Félix tranquilo a su vez,
me alegro de veros con tanto sosiego,
que a fe no esperaba volveros a ver.
En cuanto a ese espectro que decís mi esposa,
raro casamiento venísme a ofrecer: .
su faz no es por cierto ni amable ni hermosa,
mas no se os figure que os quiera ofender.
Por mujer la tomo, porque es cosa cierta,
y espero no salga fallido mi plan,
que en caso tan raro y mi esposa muerta, .
tanto como viva no me cansará.
Mas antes decidme si Dios o el demonio
me trajo a este sitio, que quisiera ver
al uno o al otro, y en mi matrimonio
tener por padrino siquiera a Luzbel: .
Cualquiera o entrambos con su corte toda,
estando estos nobles espectros aquí,
no perdiera mucho viniendo a mi boda...
Hermano don Diego, ¿no pensáis así?
Tal dijo don Félix con fruncido ceño, .
en torno arrojando con fiero ademán
miradas audaces de altivo desdeño,
al Dios por quien jura capaz de arrostrar.
El carïado, lívido esqueleto,
los fríos, largos y asquerosos brazos, .
le enreda en tanto en apretados lazos,
y ávido le acaricia en su ansiedad:
y con su boca cavernosa busca
la boca a Montemar, y a su mejilla
la árida, descarnada y amarilla .
junta y refriega repugnante faz.
Y él, envuelto en sus secas coyunturas,
aún más sus nudos que se aprieta siente,
baña un mar de sudor su ardida frente
y crece en su impotencia su furor; .
pugna con ansia a desasirse en vano,
y cuanto más airado forcejea,
tanto más se le junta y le desea
el rudo espectro que le inspira horror.
Y en furioso, veloz remolino, .
y en aérea fantástica danza,
que la mente del hombre no alcanza
en su rápido curso a seguir,
los espectros su ronda empezaron,
cual en círculos raudos el viento .
remolinos de polvo violento
y hojas secas agita sin fin.
Y elevando sus áridas manos,
resonando cual lúgubre eco,
levantóse con su cóncavo hueco .
semejante a un aullido una voz:
pavorosa, monótona, informe,
que pronuncia sin lengua su boca,
cual la voz que del áspera roca
en los senos el viento formó. .
«Cantemos, dijeron sus gritos,
la gloria, el amor de la esposa,
que enlaza en sus brazos dichosa,
por siempre al esposo que amó:
su boca a su boca se junte, .
y selle su eterna delicia,
suave, amorosa caricia
y lánguido beso de amor.
Y en mutuos abrazos unidos,
y en blando y eterno reposo, .
la esposa enlazada al esposo
por siempre descansen en paz:
y en fúnebre luz ilumine
sus bodas fatídica tea,
es brinde deleites y sea .
a tumba su lecho nupcial.»
Mientras, la ronda frenética
que en raudo giro se agita,
más cada vez precipita
su vértigo sin ceder; .
más cada vez se atropella,
más cada vez se arrebata,
y en círculos se desata
violentos más cada vez:
y escapa en rueda quimérica, .
y negro punto parece
que en torno se desvanece
a la fantástica luz,
y sus lúgubres aullidos
que pavorosos se extienden, .
los aires rápidos hienden
más prolongados aún.
Y a tan continuo vértigo,
a tan funesto encanto,
a tan horrible canto, .
a tan tremenda lid;
entre los brazos lúbricos
que aprémianle sujeto,
del hórrido esqueleto,
entre caricias mil: .
Jamás vencido el ánimo,
su cuerpo ya rendido,
sintió desfallecido
faltarle, Montemar;
y a par que más su espíritu .
desmiente su miseria
la flaca, vil materia
comienza a desmayar.
Y siente un confuso,
loco devaneo, .
languidez, mareo
y angustioso afán:
y sombras y luces
la estancia que gira,
y espíritus mira .
que vienen y van.
Y luego a lo lejos,
flébil en su oído,
eco dolorido
lánguido sonó, .
cual la melodía
que el aura amorosa,
y el aura armoniosa
de noche formó:
y siente luego .
su pecho ahogado
y desmayado,
turbios sus ojos,
sus graves párpados
flojos caer: .
la frente inclina
sobre su pecho,
y a su despecho,
siente sus brazos
lánguidos, débiles, .
desfallecer.
Y vio luego
una llama
que se inflama
y murió; .
y perdido,
oyó el eco
de un gemido
que expiró.
Tal, dulce .
suspira
la lira
que hirió,
en blando
concepto, .
del viento
la voz,
leve,
breve
son.

Otra obra en la que se puede descubrir una escena de horror para la época en que apareció la obra es La Celestina con el conjuro al demonio.
CELESTINA.- Conjúrote, triste Platón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hirvientes étnicos monten manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres Furias, Tesífone, Megera y Aleto , administrador de todas las cosas negras del reino de Estigia y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales, y litigioso Caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocía cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado. Vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento de partir, hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre, y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto amas su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras, y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, sé descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje. Y este hecho pide, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, tendrás me por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.

Incluso Cervantes toma el elemento de miedo en El Quijote, donde aparecen bastantes elementos vinculados al cuento. Recuperemos el capítulo XX como ejemplo.
Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido7, de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban ni el viento dormía ni la mañana llegaba, añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. Pero don Quijote, acompañado de su intrépido corazón, saltó sobre Rocinante y, embrazando su rodela, terció su lanzón y dijo:
—Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse8. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises9, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y fechos de armas, que escurezcan las más claras que ellos ficieron10. Bien notas, escudero fiel y legal11, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumbaVI desde los altos montes de la Luna12, y aquelVIIincesable golpear que nos hiere y lastima los oídos, las cuales cosas todas juntas y cada una por sí son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más dificultosa que se muestra. Así que aprieta un poco las cinchas a Rocinante, y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más13, en los cuales si no volviere puedes tú volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra14, irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.
Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo15 y a decille:
—Señor, yo no sé por qué quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura. Ahora es de noche, aquí no nos vee nadie: bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes, cuanto más que yo he oídoVIII predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bienIXconoce, que quien busca el peligro perece en él16. Así que no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho17, donde no se puede escapar sino por milagro, y bastaX los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado como yo lo fui y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompañaban al difunto. Y cuando todo esto no mueva ni ablande ese duro corazón, muévale el pensar y creer que apenas se habrá vuestra merced apartado de aquí, cuando yo, de miedo, dé mi ánima a quien quisiere llevarla. Yo salí de mi tierra y dejé hijos y mujer por venir a servir a vuestra merced, creyendo valer más y no menos; pero como la cudicia rompe el saco18, a mí me ha rasgado mis esperanzas, pues cuando más vivas las tenía de alcanzar aquella negra y malhadada ínsula que tantas veces vuestra merced me ha prometido, veo que en pago y trueco della me quiere ahora dejar en un lugar tan apartado del trato humano. Por un solo Dios, señor mío, que nonXI se me faga tal desaguisado19; y ya que del todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilátelo a lo menos hasta la mañana, que, a lo que a mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor, no debe deXII haber desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la bocina está encima de la cabeza y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo20.
—¿Cómo puedes tú, Sancho —dijo don Quijote—, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca o ese colodrillo que dices21, si hace la noche tan escura, que no parece en todo el cielo estrella alguna?
—Así es —dijo Sancho—, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo, puesto que por buen discurso bien se puede entender que hay poco de aquí al día.
—Falte lo que faltare —respondió don Quijote—, que no se ha de decir por mí ahora ni en ningún tiempo que lágrimas y ruegos me apartaron de hacer lo que debía a estilo de caballero22; y, así, te ruego, Sancho, que calles, que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a Rocinante y quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, o vivo o muerto.
man reposo en los peligros? DuermeXIII tú, que nacisteXIV para dormir, o haz lo que quisieres, que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión.
—No se enoje vuestra merced, señor mío —respondió Sancho—, que no loXV dije por tanto29.
Y, llegándose a él, puso la una mano en el arzón delantero y la otraXVI en el otro30, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo31, sin osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía a los golpes que todavía alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido; a lo que Sancho dijo que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oía.
—Pero, con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la mano32, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento, que ya comienzo. «Érase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar...»33 Y advierta vuestra merced, señor mío, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas no fue así como quiera34, que fue una sentencia de Catón Zonzorino romano35, que dice «y el mal, para quien le fuere a buscar», que viene aquí como anillo al dedo, para que vuestra merced se esté quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza a que sigamos este donde tantos miedos nos sobresaltan.
—Sigue tu cuento, Sancho —dijo don Quijote—, y del camino que hemos de seguir déjame a mí el cuidado.
—«Digo, pues —prosiguió Sancho—, que en un lugar de Estremadura había un pastor cabrerizo, quiero decir que guardaba cabras, el cual pastor o cabrerizo, como digo de mi cuento36, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba; la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero rico; y este ganadero rico...»
—Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho —dijo don Quijote—, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabarás en dos días: dilo seguidamente37 y cuéntalo como hombre de entendimiento38, y si no, no digas nada.
—De la misma manera que yo lo cuento —respondió Sancho— se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.
—Di como quisieres —respondió don Quijote—, que pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.
—«Así que, señor mío de mi ánima —prosiguió Sancho—, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba la pastora, que era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotesXVII, 39, que parece que ahora la veo»40.
—Luego ¿conocístela tú? —dijo don Quijote.
—No la conocí yo —respondió Sancho—, pero quien me contó este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podía bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo había visto todo. «Así que, yendo días y viniendo días41, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca42, hizo de manera, que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad43; y la causa fue, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales, que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante, que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien44, mas que nunca le había querido.»45
—Esa es natural condición de mujeres —dijo don Quijote—, desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece46. Pasa adelante, Sancho.
—«Sucedió —dijo Sancho— que el pastor puso por obra su determinación y, antecogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Estremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él y seguíale a pie y descalza desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello47, donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine y no sé qué botecillo de mudas para la cara48; mas llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, solo diréXVIII que dicen que el pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre49, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho porque veía que la Torralba venía ya muy cerca y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía junto a sí un barco, tan pequeño, que solamente podían caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló y concertó con él que le pasase a él y a trecientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco y pasó una cabra; volvió y pasó otra; tornó a volver y tornó a pasar otra.» Tenga vuestra merced cuenta en lasXIX cabras que el pescador va pasando50, porque si se pierde una de la memoria, se acabará el cuento, y no será posible contar más palabra dél51. «Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra...»
—Haz cuenta que las pasó todas —dijo don Quijote—, no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de pasarlas en un año.
—¿Cuántas han pasado hasta agora? —dijo Sancho.
—¿Yo qué diablos sé? —respondió don Quijote.
—He ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuentaXX. Pues por Dios que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.
—¿Cómo puede ser eso? —respondió don Quijote—. ¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado por estenso, que si se yerra una del número no puedes seguir adelante con la historia?
—No, señor, en ninguna manera —respondió Sancho—; porque así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mesmo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.
—¿De modo —dijo don Quijote— que ya la historia es acabada52?
—Tan acabada es como mi madre —dijo Sancho.
—Dígote de verdad —respondió don Quijote— que tú has contado una de las más nuevas consejas, cuento o historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo de contarla ni dejarla jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizá estos golpes que no cesan te deben de tener turbado el entendimiento.
—Todo puede ser —respondió Sancho—, mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir, queXXI allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.
—Acabe norabuena donde quisiere —dijo don Quijote—, y veamos si se puede mover Rocinante.
Tornóle a poner las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado.
En esto, parece ser o que el frío de la mañana que ya venía53, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas54, o que fuese cosa natural —que es lo que más se debe creer—, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo55. Pues pensar de no hacer lo que tenía gana tampoco era posible; y, así, lo que hizo, por bien de paz56, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual bonitamente y sin rumor alguno se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían sin ayuda de otra alguna57, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos58; tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto, que él pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia, le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y ruido59, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero, con todas estas diligencias, fue tan desdichado que al cabo al cabo vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo don Quijote y dijo:
—¿Qué rumor es ese, Sancho?
—No sé, señor —respondió él—. Alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco60.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien61, que sin más ruido ni alboroto que el pasado se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Mas como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que algunos no llegasen a sus narices; y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dos dedos, y con tono algo gangoso dijo:
—Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
—Sí tengo —respondió Sancho—, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
—En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar —respondió don Quijote.
—Bien podrá ser —dijo Sancho—, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos.
—Retírate tres o cuatro allá, amigo —dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)—, y desde aquí adelante ten más cuenta con tu persona y con lo que debes a la mía; que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este menosprecio62.
—Apostaré —replicó Sancho— que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba63.
—Peor es meneallo64, amigo Sancho —respondió don Quijote.
En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas viendo Sancho que a más andar se venía la mañana65, con mucho tiento desligó a Rocinante y se ató los calzones. Como Rocinante se vio libre, aunque él de suyo no era nada brioso, parece que se resintió y comenzó a dar manotadas, porque corvetas (con perdón suyo) no las sabía hacer66. Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante se movía, lo tuvo a buena señal y creyó que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura.
Acabó en esto de descubrirse el alba, y de parecer distintamente las cosas, y vio don Quijote que estaba entre unos árboles altos, que ellosXXII eran castaños, que hacen la sombra muy escura. Sintió también que el golpear no cesaba, pero no vio quién lo podía causar, y, así, sin más detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, le mandó que allí le aguardase tres días, a lo más largo67, como ya otra vez se lo había dicho, y que si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios había sido servido de queXXIII en aquella peligrosa aventura se leXXIV acabasen sus días. Tornóle a referir el recado y embajada que había de llevar de su parte a su señora Dulcinea, y que en lo que tocaba a la paga de sus servicios no tuviese pena, porque él había dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallaría gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad del tiempo que hubiese servido68; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela69, se podía tener por muy más que cierta la prometida ínsula.
De nuevo tornó a llorar Sancho oyendo de nuevo las lastimeras razones de su buen señor, y determinó de no dejarle hasta el último tránsito y fin de aquel negocio.
Destas lágrimas y determinación tan honrada de Sancho Panza saca el autor desta historia que debía de ser bien nacido y por lo menos cristiano viejo70. Cuyo sentimiento enterneció algo a su amo, pero no tanto que mostrase flaqueza alguna, antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzó a caminar hacia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear venía.
Seguíale Sancho a pie, llevando, como tenía de costumbre, del cabestro a su jumento, perpetuo compañero de sus prósperas y adversas fortunas71; y habiendo andado una buena pieza por entre aquellos castaños y árboles sombríos, dieron en un pradecillo que al pie de unas altas peñas se hacía72, de las cuales se precipitaba un grandísimo golpe de agua. Al pie de las peñas estaban unas casas mal hechas, que más parecían ruinas de edificios que casas, de entre las cuales advirtieron que salía el ruido y estruendoXXV de aquel golpear que aún no cesaba.
Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y, sosegándole don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, encomendándose de todo corazón a su señora, suplicándole que en aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba también a Dios, que no le olvidase73. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podía el cuello y la vista por entre las piernas de Rocinante, por ver si vería ya lo que tan suspenso y medroso le tenía.
Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando al doblar de una punta pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquelXXVI horrísono y para ellos espantable ruido que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido. Y eran (si no lo has, ¡oh lector!, por pesadumbre y enojo74) seis mazos de batán75, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.
Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo76. Miróle Sancho y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido77. Miró también don Quijote a Sancho y viole que tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes señales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconíaXXVII tanto con él, que a la vista de Sancho pudiese dejar de reírse; y como vio Sancho que su amo había comenzado, soltó la presa78 de manera que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puños79, por no reventar riendoXXVIII. Cuatro veces sosegóXXIX, y otras tantas volvió a su risa, con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga80:
—«Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací por querer del cielo en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos...»
Y por aquí fue repitiendo todas o las más razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos, tales, que si como los recibió en las espaldas los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:
—Sosiéguese vuestra merced, que por Dios que me burlo81.
—Pues porque os burláis82, no me burlo yo —respondió don Quijote—. Venid acá, señor alegre: ¿paréceos a vos que si como estos fueron mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no habíaXXX yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo obligado a dicha, siendo como soy caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuáles son de batánXXXI o no? Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois83, criadoXXXII y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno84, o todos juntos, y cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que quisiéredes.
—No haya más, señor mío —replicó Sancho—, que yo confieso que he andado algo risueño en demasía. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz, así Dios le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y salvo como le ha sacado desta: ¿no ha sido cosa de reír, y lo es de contar, el gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve, que de vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es temor ni espanto.
—No niego yo —respondió don Quijote— que lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de risa, pero no es digna de contarse, que no son todas las personas tan discretas, que sepan poner en su punto las cosas85.
—A lo menos —respondió Sancho— supo vuestra merced poner en su punto el lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la colada86; que yo he oído decir: «Ese te quiere bien que te hace llorar»87; y más, que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a un criado, darle luego unas calzas88, aunque no sé lo que le suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras palos ínsulas, o reinos en tierra firme.
—Tal podría correr el dado89 —dijo don Quijote—, que todo lo que dices viniese a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes que los primeros movimientos no son en mano del hombre90, y está advertido de aquí adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo: que en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo91. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más. Sí, que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la Ínsula Firme92, y se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco93. Pues ¿qué diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado, que, para declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan grande como verdadera historia94? De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballeroXXXIII a escudero95. Así que desde hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo96, porque de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha deXXXIV ser mal para el cántaro97. Las mercedes y beneficios que yo os he prometido llegarán a su tiempo; y si no llegaren, el salario a lo menos no se ha de perder, como ya os he dicho.
—Está bien cuanto vuestra merced dice —dijo Sancho—, pero querría yo saber, por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir al de los salarios, cuánto ganaba un escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por días, como peones de albañir98.
—No creo yo —respondió don Quijote— que jamás los tales escuderos estuvieron a salario, sino a merced99; y si yo ahora te le he señalado a ti en el testamento cerrado que dejé en mi casa100, fue por lo que podía suceder, que aún no sé cómo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la caballería, y no querría que por pocas cosas penase mi ánima en el otro mundo101. Porque quiero que sepas, Sancho, que en él102 no hay estado más peligroso que el de los aventureros.
—Así es verdad —dijo Sancho—, pues solo el ruido de los mazos de un batán pudo alborotar y desasosegar el corazón de un tan valeroso andante aventurero como es vuestra merced. Más bien puede estar seguro que de aquí adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural.
—Desa manera —replicó don Quijote— vivirás sobre la haz de la tierra103, porque, después de a losXXXV padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen.


Pero las escenas de terror se remontan a la mitología. Recordemos los seres y divinidades de las distintas religiones que se vinculan a la muerte: Medusa, griega, las divinidades hindúes, las del Sureste asiático, las africanas, las precolombinas… todas presentadas con rasgos semejantes: lengua fuera, colmillos, uñas largas, ojos saltones, tez verdosa o pálida… Hemos de tener en cuenta algo que a nosotros nos cuesta imaginar hoy: nuestros antecesores veían la muerte en la calle, en los cadáveres de donde toman esas características como símbolo de Muerte: colmillos y largas uñas por las encías y piel retraída, lengua fuera por estar hinchada… Estos relatos mitológicos representan uno de los males que más teme la humanidad: la Muerte.
Dirijámonos a otras literaturas, como la inglesa y la alemana para ver escenas de terror tanto en Hamlet como en Fausto. Respecto a Hamlet, recordamos todos la escena en la que aparece el fantasma del padre del protagonista y esa atmósfera terrorífica, aunque luego quede ridiculizada con las acciones del criado. Y éste es uno de los fallos que Moratín, el primer traductor a castellano de dicha obra, más criticaba de Shakespeare. En cuanto a Fausto, en sus diferentes versiones, presenta también otro de los temores del ser humano: vender el alma al diablo por el conocimiento, que, en realidad, es la base de Frankestain.
Y cómo no recordar los cuentos tradicionales, donde se pretende enseñar la manera de enfrentarse a los males. De esta manera, sabemos que uno de los elementos más repetidos es el del bosque como representación del Mal o de los problemas ante los que nos vamos a hallar y debemos aprender a enfrentar. Esto es lo que sucede a Hansel y Gretel o a Caperucita. Dicho elemento se irá introduciendo en la literatura desde la Edad Media. Ejemplo claro es el inicio de Infierno dentro de la Divina Comedia de Dante, donde el protagonista indica que iba por un sendero y que se topa con un espeso bosque. Esa idea de bosque irá vaciando su significado para quedar como algo encantado en obra con Robin Hood.
Volvamos a la literatura española con escenas del teatro de Valle-Inclán, en Romance de Lobos. Seguramente la habréis visto escenificada, pero el teatro de Valle hay que leerlo para no perderse sus bellas acotaciones. La acción se ubica en Galicia. En un momento dado el protagonista oye a la Santa Compaña, procesión de muertos, de almas en pena, que obliga a seguirla a aquel a quien la vea.
Retiembla un gran trueno en el aire, y el potro se encabrita, con amenaza de
desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de la Santa Compaña. El
Caballero siente erizarse los cabellos en su frente y disipados los vapores del mosto.
Se oyen gemidos de agonía y herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche
oscura, las ánimas en pena que vienen al mundo para cumplir penitencia. La blanca
procesión pasa como una niebla sobre los maizales. (…)
El Caballero siente el escalofrío de la muerte, viendo en su mano oscilar la llama de
un cirio. La procesión de las ánimas le rodea, y un aire frío, aliento de sepultura, le
arrastra en el giro de los blancos fantasmas que marchan al son de cadenas,
salmodian en latín. (…)
El Caballero siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su
caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado,
y advierte con espanto que sólo oprime un hueso de muerto. Cierra los ojos, y la
tierra le falta bajo el pie y se siente llevado por los aires. Cuando de nuevo se atreve
a mirar, la procesión se detiene a la orilla de un río donde las brujas departen
sentadas en rueda. Por la otra orilla va un entierro. Canta un gallo. (…)
Los fantasmas han desaparecido en una niebla, las brujas comienzan a levantar un
puente y parecen murciélagos revoloteando sobre el río, ancho como un mar. En la
orilla opuesta está detenido el entierro. Canta otro gallo. (…)
Al través de una humareda espesa los arcos del puente comienzan a surgir en la
noche. Las aguas, negras y siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las
calderas del Infierno. Ya sólo falta colocar una piedra, y las brujas se apresuran,
porque se acerca el día. Inmóvil, en la orilla opuesta, el entierro espera el puente
para pasar. Canta otro gallo. (…)
El corro de las brujas deja caer en el fondo de la corriente, la piedra que todas en un
remolino llevaban por el aire, y huyen convertidas en murciélagos. El entierro se
vuelve hacia la aldea y desaparece en una niebla. El Caballero, como si despertase de
un sueño, se halla tendido en medio de la vereda. La luna ha trasmontado los
cipreses del cementerio y los nimba de oro. El caballo pace la yerba lozana y olorosa
que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino
de su casa.
Tras este terror sobrenatural, vayamos al de Unamuno, que por influencia de Freud, reflexiona sobre el otro Yo, el yo de los instintos y del mal que cada uno de nosotros tiene dentro. Ese angustioso pensamiento lleva al noventayochista a escribir la obra de teatro El Otro.
Pero volvamos al miedo a lo sobrenatural en dos épocas diferentes de nuestra literatura: la Edad Media y al teatro barroco. Para la primera, dirijamos nuestra mete a Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, primer escritor en lengua castellana. En uno de estos milagros, con forma de cuento, un vil hombre muere. Entonces, se describe una escena perturbadora de los demonios y los ángeles disputándose ese alma, hasta que los últimos consideran que dicha alma no vale tanto la pena. La escena en sí, desde la mirada de un ser humano medieval resulta realmente aterradora.
Dirijámonos ahora al siglo XVIII, momento en el que continúa un Barroco desvirtuado contra el que lucha, sin mucho éxito, los ilustrados. Destaca el teatro barroco espectacular, muy importante para los avances técnicos (hacer volar y desaparecer a los personajes) pero que, en sí se asemejaría a lo que hoy denominamos <<telebasura>>, de ahí, y su mala influencia, que los ilustrados lucharan contra ese tipo de teatro. Dentro del espectacular destacaba el de santos, donde aparecían escenas con el demonio para aterrorizar, durante unos minutos, a los espectadores.
Hasta aquí un repaso por algunas escenas de tinte terrorífico en algunas obras literarias que se consideran que no lo son en sentido estricto. Hagamos, ahora, una pequeña muestra de algunas obras iniciales españolas en las que, deliberadamente, se pretende entrar en el terror.
Como no, el primero en venirnos a las mientes es Bécquer con sus leyendas, tres, especialmente: el Monte de las Ánimas, el Miserere y El Beso. Una de las mayores virtudes de esta narrativa es su estética visual. Todos recordamos la atmósfera que aterroriza a la dama en la primera leyenda hasta que muere de terror.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

En el siglo XIX surge el cuento literario, y el de terror como uno de sus tipos que abordan los realistas (Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Blasco Ibáñez) y los noventayochistas (Unamuno, Valle, Baroja). Modelo de relatos del siglo XX y, por tanto, del XXI. La técnica no cambia. Lo que se modifica es la actitud: Galdós (Dónde está mi cabeza), hace una crítica feroz a una sociedad que no ve, o no quiere ver, una realidad política de corrupción (¿suena de algo?); Valle (El miedo) y Baroja (La sima), tras crear una atmósfera de terror, critican el mal de la superstición y sus consecuencias.
Terminemos con una línea genealógica, el origen de la literatura de terror, por supuesto, desde el punto de vista de la tradición occidental. Como el resto de la literatura, el gen del estilo de terror se halla en la mitología griega, en el mito como ritual sagrado y religioso. Cuando éste se desacraliza, como bien vio García Gual, toma dos vías: por un lado, los artistas lo toman como argumento para la literatura y surgen así los dos grandes géneros griegos –epopeya (Iliada y Odisea) y la tragedia (como las obras de Esquilo y de Eurípides)- de donde parten todos los demás; por otro, en la mente colectiva del pueblo se recuerdan, más o menos, las enseñanzas de esos ritos, por lo que los recuperan y los adaptan a su tiempo. Aparecen, así, los cuentos tradicionales y populares, entre los que se encuentra el cuento de miedo. Valga como muestra el origen de las famosas hadas de la Bella Durmiente. Tres hadas que marcan el destino de un bebé. El término hada procede del neutro plural fata, que se refiere a las tres Parcas. Como se recordará, éstas eran tres mujeres ciegas que compartían un ojo para ver el pasado, presente y futuro de un individuo. Ellas tenían en sus manos el destino de cada uno, pues, desde el nacimiento lo conocían. Además, en cualquier momento podían cortar el hilo que representaba la vida del individuo, con lo que éste moría.

Es cierto que dada línea se influye una a la otra en momentos determinados de la Historia de la Literatura. Sin embargo, es el Romanticismo, en su afán de recuperar su origen para identificar el espíritu nacional, quien vuelve a la Edad Media y es atraído por esos cuentos. Los toman y los pasan por la técnica de los artistas. Surge así el cuento literario de terror, del que procede el resto de la literatura de terror, a saber: el poema de terror, el relato de terror, la novela de terror y, por supuesto, el microrrelato de terror. De modo que el origen de la literatura de terror se encuentra en los mismos albores de la Literatura.

Patricia Pérez


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